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Tal vez Álex Anwandter no sabía muy bien en 2010 hasta dónde lo podría llevar su ánimo de explorar en la electrónica y los sintetizadores, ni qué tan distinto sería el resultado en relación con lo que venía haciendo al mando de Teleradio Donoso. Por eso, quizás, fue que decidió no presentar su primera placa en solitario con nombre propio, sino al alero de un concepto, «Odisea», que sirvió para denominar álbum, proyecto e incluso a sí mismo —aunque hoy se recuerde de ese modo sólo al primero—.
Pero mucho antes de ese último cambio de década, electropop y ánimo de baile ya venían calando hondo y sirviendo de banda sonora a un público en especial: El mundo gay. Bien lo han sabido bandas tan añosas como Erasure, Human League, Yazoo e incluso Depeche Mode, entre otras que sonaron en todas partes, pero que en discotecas locales como Blondie o Fausto se transformaron en verdaderos referentes.
Por lo mismo, la faceta en solitario de Anwandter no tuvo otro camino que instalarse en esa misma línea de sucesión. Quizá hasta sin buscarlo, por mero asunto estético (a fin de cuentas, un artista no elige a sus seguidores, sólo puede acogerlos). Sin embargo, el cantautor abrazó valientemente la causa como propia, hasta transformar los ritmos de fiesta en soportes para hacer política. Así, se apartó de toda caricatura y cliché para instalarse en un lugar en el que los homosexuales son simplemente uno más, como cualquiera de este planeta. Pero, a la vez, no: Aman como todos y padecen como pocos.
Eso esbozó en el anterior Rebeldes (2011) y eso profundiza ahora en el recién lanzado Amiga, un disco que habla de compañeros que intentan morirse, iglesias que mandan al infierno a algunos de sus fieles, parlamentarios que tachan de enfermos a otros ciudadanos, y de ser apuntado como maricón en un pueblo que enjuicia.
Versos que rebotan en un Chile que se cree progresista por haber aprobado una legalización de segunda categoría para las parejas del mismo sexo, sin permitirles llamarla matrimonio ni menos adoptar hijos. Un país que en un festival televisado del último verano, todavía permitió que un trío de viejos humoristas basara buena parte de su rutina en chistes discriminatorios, de ésos que hablan de los homosexuales como tipos ansiosos por regalarse a quien sea, y que traducen todo a una imaginería fálica. Un país en el que muchos aún tienen temor a mostrarse, por miedo a insultos y golpizas, o al menos a los murmullos a sus espaldas.
Por eso aquellos versos no son sólo de una comunidad, sino de todos. Tal como antes ocurrió con los éxitos firmados por los próceres del electropop, ese mismo género que todos disfrutamos y que esta semana volvió a florecer con el lanzamiento de Anwandter, el de Pet Shop Boys (Super) y también con la presentación oficial de Dënver (Sangre Cita). Un género que, finalmente, no se anicha según con quién se comparte la cama, sino en todos aquellos que comparten la necesidad de liberarse, de no dar pie a prejuicios ni a represiones, de buscar los flancos de alegría y desahogo en un entorno adverso, de aceptarnos todos como parte de este mismo mundo, de convivir sin enjuiciar, de entendernos como iguales… ¡Y de pasarlo bien, por supuesto!
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Por Sebastián Cerda