Luego de más de dos décadas y una docena de largometrajes, el realizador Álex de la Iglesia sigue siendo una de las figuras más exitosas e indispensables del cine español. Puede que no haya vuelto a entregarle al público cintas tan notables como «El día de la bestia» y «La comunidad», y también es verdad que sus títulos de los últimos años han tenido resultados irregulares, pero afortunadamente la esencia de su talento visual y narrativo y su humor negro y políticamente incorrecto, que le han permitido desarrollar un sello tan particular y reconocible, se mantienen intactos, y vuelven a manifestarse en dosis generosas en esta nueva producción.
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Como en otro de los trabajos más recordados de De la Iglesia, «Muertos de risa», acá uno de los principales flancos es la televisión y su mundo de apariencias, incluyendo los rencores, celos, envidias, egos y conflictos de quienes trabajan en ella.
Pero en esta ocasión el protagonismo es múltiple, porque son muchos los personajes y las subtramas, conformando la película más coral del cineasta a la fecha, cuando la grabación de un especial de Año Nuevo en un canal de TV que atraviesa una severa crisis sindical por posibles despidos, da pie a una serie de disparatadas situaciones, que envuelven entre otros a un extra que es llamado de emergencia para participar en el programa, la pareja de animadores que se detestan aunque en la vida real han sido pareja y tienen un hijo, y especialmente a dos artistas invitados como números estelares: una joven estrella latina que recuerda en varios aspectos a Enrique Iglesias, y Alphonso, una veterana y venerada figura de la canción que tras décadas de carrera se niega a perder el protagonismo, mientras trata como empleado a su propio hijo y corre el riesgo de ser asesinado en pleno show por un fanático suyo.
En ese último rol, el filme alcanza sin dudas su mayor acierto, al contar con la actuación del mismísimo Raphael, a quien De la Iglesia ya homenajeó de cierta manera en «Balada triste de trompeta» (2010) y cuyo Alphonso indudablemente está basado en buena medida en él mismo.
Medio siglo después de su debut en la pantalla grande, el septuagenario cantante, quien no actuaba en un largometraje en cine desde los años 70, se ríe de sí mismo y en su interacción con otros personajes funciona mucho mejor como factor cómico de lo que se habría pensado. Además, su simbólica presencia también está muy bien utilizada a través de algunos de sus clásicos y el uso de las letras de sus canciones más famosas.
Tal vez menos alegórica de la situación española contingente que otros trabajos suyos, de todos modos en «Mi gran noche» el director español conforma un mosaico tan delirante y revelador de la fauna humana como ya nos tiene acostumbrados. Por supuesto que en medio de situaciones tan desbordadas y a menudo esperpénticas abundan los recursos de grand guignol y desfilan las caricaturas y trazos gruesos, pero eso ya es parte de su «marca de fábrica» y no resta valor a los aciertos y detalles del entretenido guión que De la Iglesia firma junto a su habitual Jorge Guerricaechevarría (también responsable de otro reciente estreno en la cartelera local, «Cien años de perdón»), que brilla especialmente en el ritmo, fluidez y precisión de los diálogos.
Y afortunadamente, a pesar de ocasionales altibajos, al realizador no le pasa lo que le ha ocurrido en otras producciones suyas, cuando luego de un comienzo y presentación genial y cautivador, iba perdiendo fuerza y frescura por el camino para extraviarse en un desborde final (sin ir más lejos, le sucedió en su anterior largometraje de ficción, «Las brujas de Zugarramurdi», no estrenada comercialmente en Chile). «Mi gran noche» puede no ser una obra totalmente lograda, pero como parodia y sátira del mundo de la TV de todos modos es un deleite, y De la Iglesia le saca muy buen partido a su elenco, integrado por varios de los rostros habituales en su filmografía. Y por supuesto, Raphael se luce.
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