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Morir para evitar el sufrimiento, para evitar la prolongación del dolor. Para partir con dignidad. Estos son los argumentos que esgrimen muchos que abogan por la eutanasia. Sobre todo en situaciones irremediables o de enfermedades degenerativas y/o incurables.
Casos como el de Brittany Maynard fueron muy sonados. La mujer tenía un cáncer terminal en el cerebro que le fue diagnosticado cuando ya no había nada que hacer. Viajó, estuvo con su pareja, su familia y causó revuelo mundial cuando finalmente falleció, en noviembre de 2014.
La eutanasia toca fibras sensibles. Tanto, que a nivel mundial solamente hay cuatro países que prevén esta práctica o el suicidio médicamente asistido: Bélgica, Holanda, Suiza y Estados Unidos. Y precisamente en Holanda, ocurrió un caso que no deja de reavivar el debate: ¿en qué casos es posible la eutanasia? ¿Se puede pedir ante un daño irreversible?
Esto le pasó a una joven de 20 años en Holanda, que pidió la eutanasia al no recuperarse de las secuelas que le dejaron múltiples violaciones. Y la ley se la concedió, pues su salud mental y su estrés postraumático eran incurables.
Los detalles del caso fueron documentados por la Comisión Holandesa, que reveló que la joven comenzó a sufrir de desórdenes mentales desde los cinco años. Fuera de eso, tenía anorexia severa, depresión crónica, alucinaciones, obsesiones y compulsiones. También se autolesionaba.
Comenzó a sufrir abusos sexuales desde esa edad. Duró así por una década.
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Tenía signos de mejora, pero su psiquiatra concluyó que no había posible cura ni esperanza para ella, reportó el portal británico IbTimes. Murió cuando le inyectaron una sustancia letal.
Por supuesto, las autoridades europeas condenaron el hecho. ¿Por qué no se le ayudó más bien cuando más lo necesitó? Nikki Kenward, vocera del grupo Distant Voices, solo resumió la reacción general ante su muerte con esa frase: «Darle a la víctima la opción de escoger su muerte es horrorizante. Y preocupante«.
