El pasado 21 de mayo tuve el honor de ser invitado a la cuenta presidencial en el Congreso. Y me llamó profundamente la atención una cosa: la Presidenta y la soledad. Todos sabemos que falta un largo camino para la gratuidad total y muchos discrepan de los métodos, pero estoy seguro que más de alguna familia ha sido beneficiada. Más de un chico ha podido comenzar a estudiar, o continuar sus estudios gratis por ello. Ya me había impactado el silencio del movimiento al lograr los avances. Pero ¿dónde está esa gente apoyando el proyecto? ¿dónde están las banderas? ¿dónde están los agradecidos?
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Luego pensé en muchos contextos y empecé a comprender que en realidad si la gente no da las gracias ni por permitir cruzar la calle entre los autos, menos tenía que armarme la expectativa con algo enorme como eso. La educación en todo caso no es sólo saber cosas, sino situarse en un contexto para hacer algo incluso pequeño como un “gracias”.
Es que estamos muy solos y nos estamos quemando por eso. Literalmente. Un grupo de encapuchados autoproclamados “luchadores por los trabajadores” va y quema a un trabajador en un edificio. Un trabajador que no debería estar trabajando: a sus 71 años Eduardo Lara tenía que estar en su casa mirando el discurso.
A nadie le importó Eduardo Lara hasta que se transformó en la víctima de un montón de inadaptados que cree que la violencia y el patoteo es el camino para la libertad.
Esa violencia ahora vuelve a levantar las banderas de los que no quieren ningún cambio. Los validaron otra vez. Y no les dio para leerlo. Porque ellos, los “encapuchados luchadores por el trabajador” (cuyos trabajos son misteriosos, admitamos) te dicen “yo me siento indignado”. Y siempre es desde el Yo. Porque no juegan para el colectivo: juegan para que en el desorden uno solo, si, uno al que obedecen, tome la ventaja.
Estamos enfermos de individualismo. Estamos muy enfermos de competencia. Estamos enfermos de repetición de nuestro propio discurso que nos hace sentir que estamos cómodos en un lugar. “Yo estoy molesto”. Yo otra vez.
“Yo me siento Dios” repetía el adulto que alguna vez fue un niño del Sename y se creyó profeta para meterse a la jaula de los leones. Y se metió a la jaula. Y cuando estaba pasando eso, a vista y paciencia de padres de familia los padres prefirieron grabar eso para subirlo a YouTube en vez de proteger a sus hijos de la probabilidad de ver a esa persona, a un humano siendo desmembrado.
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La cadena continuó: el video se subió y realmente a nadie le importaba esa persona. Las redes sociales lo condenaron inmediatamente y algunos llegaron a poner “que lata que no se haya muerto”. Nos hemos vuelto tan animales que realmente nos importan más los animales que una persona que perdió a su familia. Esto es impopular por supuesto y seguramente será utilizado por más de una persona, que para variar piensa sola en lo importante que es su propia opinión frente a la del resto. Porque la gente dejó de dar opiniones: pasó a competir incluso por cuál es la que suena más fuerte, estando o no en lo correcto.
Ahora, ¿que es lo correcto? Yo creo que lo que trata de mantener la armonía y la conversación incluso discrepando entre las personas. Es correcto admitir un error. Es correcto conversar.
Lo incorrecto es negar al otro. Y lo que me preocupa es quiénes y qué nos volvieron locos que aquí están pasando muy impunes. Porque al final nos estamos matando nosotros y entre nosotros.
Nos volvieron locos los que nos hicieron pensar que solos era mejor que en grupo. Nos volvieron locos los que nos vendieron que podíamos “hacer sacrificios” mientras se enriquecían y nos daban “un trabajito” por un tiempo que se está acabando. Nos volvieron locos, digamos también, los medios de comunicación que no nos pusieron preguntas, sino más bien respuestas todo el tiempo. Nos volvieron locos de miedo, de molestia, de infelicidad, de tristeza al ver que no podíamos aspirar a lo perfecto que definieron ellos. Nos volvió loco el papel cuché que volvió locos también a los políticos que ayer estaban de nuestro lado conversando. Nos volvimos locos.
¿Cómo nos volvemos cuerdos? Muy simple: no niegue al otro. No haga de policía. No trate de uniformar al mundo en una sola visión. No trate de obligar. Convenza y proponga. Converse. Entréguese un tiempo. Mire los árboles que son puro caos y a la vez belleza. Piense en lo entretenido que es compartir y construir. Vaya y lea. Infórmese. Disfrute incluso una buena canción o comente algo bueno del otro. No está tan difícil. Lo que es difícil es no ser cómplice de la locura, que parece ser lo más cómodo, pero al final es de lo que se aprovechan los que no quieren que nada cambie. Y que van a sacar provecho de su miedo, de su estrés, de su temor, de su locura.
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