Se le atribuye a Napoleón el haberle dicho a su ayudante «vísteme despacio que tengo prisa», ya que tenía un compromiso importante y quería llegar tan a tiempo como bien vestido. Las prisas a nada bueno conducen. La ansiedad es el nuevo signo del tiempo. Una condición cada vez más frecuente en adultos, jóvenes y, por imitación de la ansiedad adulta, en niños.
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Nos estamos malacostumbrando a vivir bajo enormes cantidades de estrés, el que nos lleva a tomar malas decisiones, errar en los cálculos, andar malhumorados.
La ansiedad, entre otros efectos, distorsiona nuestra mirada al futuro, aumenta la sensación de incertidumbre, hace crecer recelos y desconfianzas frente al entorno y los demás. Mucho de eso lo estamos viviendo en Chile.
El ser humano desarrolló la capacidad de anticipar y preveer, herramienta con la que no cuenta el resto de los mamíferos, que sólo viven el presente. Ello nos permite solucionar problemas incluso antes de que estos aparezcan. Pero ello mismo se puede volver en contra nuestra, construyendo problemas donde no los hay. De previsores, pasamos a atarantados y atropelladores.
El papa Francisco le dedica un notable párrafo en Amoris Laetitia a este fenómeno y da, a su vez, sabios consejos para combatirlo: «En este tiempo, en el que reinan la ansiedad y la prisa tecnológica, una tarea importantísima de las familias es educar para la capacidad de esperar. No se trata de prohibir a los chicos que jueguen con los dispositivos electrónicos, sino de encontrar la forma de generar en ellos la capacidad de diferenciar las diversas lógicas y de no aplicar la velocidad digital a todos los ámbitos de la vida. La postergación no es negar el deseo sino diferir su satisfacción».
Quien se serena, calma, crece en su capacidad de espera, vence el vicio del «quiero y tengo», integra más variables en sus decisiones y las toma mejor. La ansiedad no favorece la libertad, sino que la enferma. «Posponer deseos, por legítimos que sean, nos enseña a ser dueños de nosotros mismos, autónomos ante los propios impulsos» añade el Papa.
La ansiedad se alimenta de ansiedad. No pocas veces nuestra mente divaga en el futuro, intentando preveer y controlar las variables de lo que podría suceder. Nos agobian pensamientos intrusivos del tipo: «qué pasará mañana», «cómo voy a hacer para resolver esta situación…». Sentimos que, pensando más en los problemas encontraremos una solución anticipada y, en realidad, sólo agrandamos su dimensión.
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San Pablo nos regala una buena clave: «No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús» (Fl 4,6-7).
Una buena receta en este tiempo convulsionado. A la mano, y gratis.
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