Desde este mismo espacio he reflexionado varias veces respecto al puente con la ciudadanía. Al sentido de hacer las cosas, de tomar iniciativas, de votar leyes, de proponer ideas, de ejecutarlas. De cómo en Chile ese puente se ha roto entre el sentir ciudadano y la élite económica y política. Cómo nos dejamos de sentir parte de las instituciones. Cómo se ha instalado, íntima y públicamente, la idea de que se legisla y se discute para una élite poderosa y no para nosotros, los ciudadanos.
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Quiero tomar una reflexión que hizo Rodrigo Echecopar, integrante de la Fundación Ciudadano Inteligente, al analizar el estado del movimiento estudiantil. Creo que da en el blanco a la hora de explicar lo que hoy provoca el movimiento. Habla de una falta de sentido ciudadano, de una despreocupación por incorporar, por arraigarse al ciudadano común. Por mantener una comunión con la base de todos los movimientos sociales, que somos nosotros la ciudadanía.
¿Por qué los movimientos estudiantiles del año 86 -la llamada revolución pingüina- y después el universitario del 2011, encontraron esa raíz ciudadana? ¿Por qué lo hizo en su momento también la gigantesca movilización contra Hidroaysén? ¿Era un Chile distinto? ¿O lograron traspasar sus propias convicciones a un sentir ciudadano? ¿Lograron echar raíces con nosotros los ciudadanos?
La historia nos demuestra que sí lo hicieron. Lo hicieron porque la autoridad tratando de imponer «orden» no logró ni desarticularlos ni moverlos. Porque no sólo eran ellos, éramos todos nosotros. Pese a los desalojos, prohibiciones, persecución penal e incluso amedrentamiento; los movimientos siguieron adelante hasta hoy. Es más, lograron cambiar la agenda del país, los proyectos legales y hasta las conversaciones ciudadanas. Por eso no es menor incorporar el sentir ciudadano, el sentido ciudadano, en lo que se hace. No soy sólo yo y mi rabia, mi tema, mi mirada… somos todos.
Cuando esto se pierde o se extravía, cuando importa más el nosotros que el todos, el movimiento -por más legítimo que sea en sus objetivos finales- sufre. Y no sólo eso. Corre el riesgo de fracturarse. Si esto sucede, resultará más fácil intentar imponer el órden, poner «mano dura» y desvirtuar no sólo la forma, sino también el fondo. El costo que paga la «autoridad» entonces, será menor.
Hoy, a diferencia de los últimos años, se habla de desalojo inmediato de todas las tomas. Se habla de perseguir penalmente a los padres de los estudiantes. Se habla de falta de sentido. Se habla de desconocimiento de petitorios. Se habla de capricho, inmadurez, anarquía. Y sí, claro, existe todo eso. Pero ¿es masivo? ¿Son todas las tomas iguales? ¿Son todas las marchas un sinsentido? ¿Sólo existe violencia? ¿Se perdió el sentido de lo que se hace?
Todos los interesados en terminar con la fuerza de los estudiantes por cambios, aprovecharán estos instantes para imponer un discurso oficial. Por eso es tan importante que el puente con la ciudadanía no se quiebre, que se tenga conciencia y ganas de mantener el sentido ciudadano.
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Yo, desde el lugar donde estoy, no me pierdo. Sigo apoyando y valorando la presión de los secundarios y universitarios. Hay una pelea muy generosa allí. No están luchando sólo por ellos, lo están haciendo por las generaciones que vienen. Y eso, es muy valioso. Y lo celebro. Pero al mismo tiempo tengo claro que debe ser un movimiento colectivo, un movimiento comunitario, que hable y dialogue con los ciudadanos y no sólo con sus pares o con los que piensan igual. Que debe existir la crítica y la autocrítica… y principalmente el sentido mayor de lo que se hace.
Yo no les pido a los jóvenes que se comporten como adultos, porque no lo son. Pero sí apelo al sentido colectivo, al sentido de comunidad, al sentido ciudadano.
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