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Columna de Nicolás Copano: No perdamos nunca más

Que linda es la sensación de alegría. La Selección para muchos observadores (como yo) que crecimos bajo el yugo del fracaso y del “nos dio para esto”, es un reflejo de un país donde si la gente tiene condiciones, se le dan las cosas y posee los espacios todo va a salir mejor.

Es un sueño americano, pero a la chilena. Es de abajo hacia arriba. Es la fantasía de la meritocracia. Son los chicos buenos que pudieron haber sido dañados por la desigualdad. Pero ahí estan, dando todo, por los que ellos admiten “la pasan mal”.

La mayoría de los chilenos no la pasa bien en estos días, donde parece que una nube negra se nos posó. Y los jugadores de la Selección interactúan y viven eso todo el tiempo: son los ídolos del país. Y eso se aplaude y se admira.

Los chicos de la Selección no son engreídos. Son hijos de trabajadores. Son los que le torcieron la mano al destino y eso se respeta. Ese es el primer título, el más grande.
Por eso, qué lindo es ganar de nuevo. Qué bello es observar a las personas felices camino a Plaza Italia y la fiesta interminable. Qué bueno es tener un gran argumento para salir de esa pelea existencial que se volvió este país sin gente que plantee soluciones.

Porque ese es el gran problema: hay quienes reclaman sin plan y están los que tienen planes malos. Los cabros de la Selección te dan una luz en medio de tanta oscuridad: hacer algo por el otro. No negar. Trabajar. Decir que son una generación. Admitir el colectivo. Empujarlo y a la vez, brillar por la individualidad. Todos tienen una respetable historia, un personaje, una estatua a levantar. Ellos están dándoles clases a nuestros hermanos chicos, a nuestros hijos. Porque nuestros hijos vienen a un mundo donde el ganar es una posibilidad. Ganar. Ganar en la ley, desde el talento, sin la trampa.

Hay mucha gente con alma de marginación, con un instinto perdedor. Con el “ya quedémonos donde estamos” y no hagamos mucho más. Muchos, crecieron incluso con el yogur que sus padres no tuvieron en el refrigerador y prefirieron la vida calentita no queriendo ir por todo.

Por eso cuando se le ve al “Rey Arturo” decir “no tenemos techo” me alegro. Me pone contento. Me parece que están empujando algo nuevo. A no quedarse ahí.
Esta Copa América Centenario parecía una trampa para que las selecciones de siempre, con sus campañas de marketing, se quedaran con lo nuestro: nuestra esforzada Copa América. Hoy, sin Jadue, mataron cualquier sombra. Hoy, con esta Copa rara e irrepetible, incluso hasta su muerte quedan para siempre enchapados en oro. Son más que campeones: son clásicos.

Yo no les quiero pedir (quién soy para eso) que ganen el Mundial. No: con lo que me regalaron el domingo -estuvo tan bonito- está bien y ya lo otro sería increíble, pero creo que es necesario antes de cualquier cosa darles las gracias.

Sólo si me lo permiten, les pediría otra cosa distinta, si se animan. Cabros: sigan así. No renuncien a sus sueños y sigan incentivando que todos tengamos los nuestros. Sigan inspirando. Ya está increíble lo hecho. Y si quieren más, denle. Pero sepan por lo menos de este lado, que el respeto, creo yo, lo tienen de todos. Que no vengan los falsos jueces a evaluarlos. Disfruten. Disfruten porque son auténticos, porque no son un invento, porque tienen la vida por delante.

Disfruten, porque además son buena gente. Tienen mística. Tienen algo que en Chile falta tanto: el relato, la aventura, el coraje, la historia.

A veces, miren hacia atrás. Y disfruten eso. Que nadie los joda. Que nadie se ría de lo que son o de donde vienen, porque van más allá. Sean como son: que no los bajonee la pelotudez. Sigan dándoles a los más chicos la lección más grande.

Que no sigan diciendo “para qué te preocupas, si Chile gana siempre”, como le han dicho a tanto amigo sus hijos estos días.

Que lindo es ganar. Se siente increíble. A veces hay personas que nos han metido el inquilino dentro, el “por favor, permisito”, que no es lo mismo que la humildad ni la educación: es el terrible inquilinaje.

Que nadie “les baje el moño”.

Sigan enseñándonos a nosotros como darle sin parar, porque está buenísimo lo que están haciendo.

Sigan soñando. Y si quieren parar, paren.

Pero nunca olviden las alegrías que nos han dado y cuando se sientan mal, refugiense en eso. Nosotros lo haremos. Gracias por tanta aventura.

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