El cuestionamiento a la sobrecarga de las tareas no sólo es una preocupación a nivel escolar, se ha extendido también a los primeros años educativos, puesto que esta práctica se utiliza hoy ampliamente en los cursos de prekinder y kínder, incluso en jardines infantiles. Desde esta perspectiva, podemos observar una preocupación por el rol que juega esta estrategia pedagógica a lo largo de la trayectoria formativa de nuestros niños, niñas y jóvenes. Por ello, el Mineduc ha enviado orientaciones sobre esta materia a los establecimientos.
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Las tareas se reconocen como un tipo de actividad pedagógica cuyo propósito es afianzar determinadas habilidades que se abordan en la experiencia formativa. Consideran distintos ámbitos o disciplinas de la formación educativa como son las ciencias, el lenguaje, las artes, la formación valórica y contienen un amplio repertorio de estrategias de aprendizaje que se concretan en el desarrollo de guías, elaboración de maquetas, trabajos de experimentación, creación de revistas, visita a museos entre otras.
Así, estas actividades pueden adquirir un gran potencial en el proceso educativo si cumplen con componentes didácticos clave: clara intencionalidad pedagógica, adecuada estructura metodológica de acuerdo a las etapas de desarrollo y la correspondiente retroalimentación de los educadores.
Sin embargo, cuando las tareas provocan desinterés y agobio en los niños, han perdido el verdadero significado pedagógico y pueden provocar efectos adversos hacia la disposición del aprendizaje como lo están planteando los padres y madres, los apoderados, los educadores, los académicos, los parlamentarios y los propios niños, niñas y jóvenes.
A nivel de la educación parvularia, las tareas son reconocidas como experiencias de aprendizaje y se traducen en un valioso recurso para fomentar que las familias participen, colaboren y se involucren activamente en el proceso educativo. En esta dirección, todas las experiencias que se extienden hacia el hogar deben enfatizar el carácter lúdico, donde los niños puedan crear, experimentar y disfrutar de lo que están aprendiendo.
Si bien muchas de estas experiencias cumplen requisitos didácticos, existen otras que no están respetando los principios de la pedagogía en primera infancia, y, por el contrario, sobrecargan a los niños con tareas diarias centradas en ejercicios extensos con cuadernos, guías y textos cuya principal función es la mecanización de un procedimiento o la memorización de conceptos. Esto, por cierto, es una situación preocupante que requiere ser reorientada.
El resultado de lo anterior son niños desmotivados que tempranamente rechazan la experiencia educativa y la inserción escolar. Recordemos que el aprendizaje significativo no está asociado a un determinado número de actividades, sino a los procesos cognitivos, emocionales y sociales que se activan.
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La discusión sobre esta materia, como se ha podido apreciar, tiene una gran complejidad porque desencadena una serie de aspectos comprometidos en el proceso de aprendizaje, donde los educadores, profesores y equipos directivos tienen la responsabilidad de orientar adecuadamente este recurso didáctico, al servicio del proceso formativo.
Más allá del debate sobre cuáles serían los mejores mecanismos para recuperar el sentido pedagógico de las tareas, lo fundamental es que los educadores reflexionen sobre la efectiva implicancia que tienen para el aprendizaje del siglo XXI.
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