Según recientes datos de la ONU, alrededor de 800 millones de personas sufren de hambre en el mundo. Y aunque la desnutrición absoluta está disminuyendo, el problema de la alimentación continúa siendo de dimensiones gigantescas.
PUBLICIDAD
Según estos datos, Asia es el continente con el mayor porcentaje de personas que sufren hambre, mientras que el África subsahariana es la región en la que el hambre tiene una mayor incidencia, pues una de cada cuatro personas sufre de desnutrición.
Pero hay datos esperanzadores: en los últimos 25 años (de 1990 a 2015), en los países en vías de desarrollo la desnutrición ha disminuido en un 25%. Sin embargo, el objetivo final, que fue también señalado por el papa Francisco, era el de lograr el «hambre cero» para el pasado 2015. Lamentablemente el objetivo no se logró y está aún lejos de alcanzarse.
Lo paradojal es que tenemos la capacidad para alimentar varias veces la población mundial. El problema no es la escasez. Es la mala distribución y los problemas internos de muchos países pobres en que, producto de guerras, corrupción, malas vías de acceso, no se llega con alimentos a sus malnutridas poblaciones.
Más desolador resulta el dato del hambre al saber que casi el 50% de la comida en los países desarrollados termina en el tacho de la basura. Por lo mismo, han aumentado las campañas para tomar conciencia de que «la comida no se tira»; de que se puede conservar, reutilizar, a fin de ahorrar y compartirla.
Lo dijo el papa Francisco ante la FAO el pasado junio: «Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural, no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos».
Deberemos modificar nuestros hábitos de consumo a fin de que todos puedan participar de la mesa común: tener alimento y agua. El número de personas hambrientas que viven en las ciudades aumenta con mucha velocidad, paralelamente a la población urbana en el mundo.
PUBLICIDAD
Francisco, comentando el texto evangélico en que Jesús recuerda a la gente que lo vemos a Él en los pobres, nos dice: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber. En estas palabras se hallan las máximas del cristianismo. Una expresión que, más allá de los credos y de las convicciones, podría ser ofrecida como regla de oro para nuestros pueblos».
Nos jugamos el futuro en la capacidad que tengamos para asumir el hambre y la sed de los que sufren. En Chile, aún hay un buen porcentaje de conciudadanos que viven bajo el umbral de la pobreza. No descansemos hasta que todos participemos con holgura de la mesa común.
Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro