Una sucesión de atentados ha sacudido a Bélgica, Francia y Alemania. ¿Hay algo en común en estos ataques? Sí lo hay, fueron perpetrados por individuos que tenían prontuarios policiales y varios además padecían de trastornos mentales. Estos rasgos, que no son categorías excluyentes, son comunes en ciertos sectores de la población. Jóvenes que han padecido privaciones y viven marginados son más proclives a cometer delitos. Entre los refugiados provenientes de Siria e Irak abundan los problemas sicológicos. Muchas personas están dañadas por la violencia, la pérdida de seres queridos, situaciones de miedo extremo además de los daños físicos sufridos.
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La parte más vulnerable de los humanos es el cerebro. Allí quedan alojadas heridas invisibles que pueden perdurar por el resto de la vida. Es en este ámbito donde las organizaciones yihadistas, con el Estado Islámico a la cabeza, lanzan sus redes de reclutamiento para conseguir sus “soldados suicidas”.
Los servicios de inteligencia europeos han tratado de elaborar el perfil del terrorista islámico. Pero tras años de esfuerzos numerosos expertos han concluido que no existe el “terrorista típico”. Es imposible distinguir la depresión que padecen cientos de miles de aquellos proclives al martirio terrorista.
La gama de personas que, por razones diversas, confluyen en organizaciones dogmáticas que emplean tácticas terroristas de combate es muy variada. Los hay con muy distintas personalidades: extrovertidos, exitosos y populares entre sus pares. Así como están los que presentan las características opuestas. En otras palabras no se han detectado “desórdenes siquiátricos” particulares en las personas observadas.
Algunos estudios en Alemania han establecido, sin embargo, que ciertos factores sociales gravitan entre los hijos de inmigrantes de países islámicos. O quizá sería más exacto decir que estos jóvenes, al igual que el resto de su grupo etario, pueden mostrar aburrimiento, un grado de beligerancia y cierto narcisismo.
Los mismos sentimientos se aprecian entre jóvenes nacidos en especial en la ex República Democrática Alemana. Allí algunos canalizan su malestar a través de organizaciones neonazis.
En todo caso entre los jóvenes musulmanes, muy pocos en relación al conjunto de la comunidad, buscan respuesta a sus inquietudes en el Islam.
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En Estados Unidos, John Horgan, director del Centro de Estudios sobre el Terrorismo y la Seguridad de la Universidad de Massachusetts Lowell, señala que ha estudiado “por cuatro décadas quienes llegan a ser terroristas y por qué” y no ha logrado establecer un perfil. Baste con señalar que los dos últimos casos de ataques contra policías, con resultado de muerte, fueron ejecutados por afroamericanos que sirvieron en las fuerzas armadas estadounidenses.
La racha del terror
En el último mes un tunecino en Niza embistió un camión contra una masa de personas que celebraban el 14 de julio, día de La Bastilla que conmemora el derrumbe del viejo régimen monárquico galo. Cuatro días más tarde, en Alemania, un joven afgano hirió con un hacha a cinco pasajeros a bordo de un tren. El 22 de julio en Múnich un germano iraní dio muerte a nueve personas. En este caso no hubo conexión con el yihadismo.
El 24 de julio un asilado sirio en Reutlingen asesinó con machete a una mujer y dejó a otros dos heridos. El mismo día otro refugiado sirio, cuya petición para asentarse en Alemania fue rechazada, se voló en el pueblo Bávaro de Ansbach hiriendo a una docena de personas. El 26 de julio dos yihadistas ingresaron a una iglesia en el norte de Francia, en Saint-Etienne-du-Rouvray, un suburbio de Rouen, y degollaron a un sacerdote católico.
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