Uno de los objetivos de Escucha, corazón de María Eugenia Lorenzini pareciera ser captar el encanto y la frescura de la oralidad de la radio. Hacer eso a través de la escritura de una novela no es sencillo; en efecto, se parte desde una contradicción misma: si en la radio todo es en el momento y se vuelve efímero; en la novela, cada instante se perpetúa y una como lectora puede volver atrás. Y, sin embargo, este texto transmite esa sensación de que se está escuchando. Tiene que ver con el tono de la escritura –ágil, directo-, pero también con un centrarse en el momento en vez de excavar en el pasado o en las razones de las cosas. Dicho sea de paso, nada de eso es necesario para componer una buena novela.
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Lorenzini nos introduce en el ambiente y la época del radioteatro. Intercala las transmisiones de Rocío del Alba, un radioteatro totalmente romanticón-trágico-optimista con la vida de los actores de la producción. En especial María Graciela, quien interpreta a la sufrida Rocío. Radioteatro y vida corren no solo paralelas en el formato del libro; también lo hacen sus historias, o más bien, la historia de María Graciela hasta tal punto que ella misma pierde la capacidad de separar su vida ficticia de la real. Solo por un instante, esto no es un clásico y manido recurso de locura, sino un muy bien pensado efecto literario, en que la autora usa y refuerza ambas líneas argumentales para llevar a cabo el relato: así la vida de María Graciela se completa gracias a las escenas del radioteatro que escuchamos; y el radioteatro logra espesor como consecuencia de las experiencias de María Graciela y sus compañeros.
Aunque Lorenzini echa mano a una época y un arte perdidos, lo suyo no es la nostalgia. Es decir, hay una nostalgia evidente, ya que una llega a añorar el mundo que retrata. Pero no en el sentido de que la novela esté dirigida solo a quienes vivieron ese período; yo, de hecho, soy posterior a los radioteatros y al Santiago que construye Lorenzini. La autora nos lleva de la mano por una ciudad en que el ritmo es más lento, una ciudad que se camina y en que hay tiempo para detenerse a tomar un café. Pero también es una ciudad de apariencias, en que la gente oculta (o debe ocultar) su ser. Y es una ciudad en que todo vale para salir adelante. No hay condescendencia en la mirada que se presenta de Santiago; tampoco se opta por la descalificación absoluta. Yo diría que hay amor por la ciudad, lo que permite describirla con lo bueno y con lo malo. Lo mismo sucede con los personajes. Lorenzini no los juzga, sino que nos muestra que son capaces de amar y traicionar; de perdonar y de arrepentirse; de esperanzarse y desilusionarse.
Escucha, corazón es un texto breve, bien construido, con un protagónico femenino que no es encasillado ni construido desde el estereotipo; lo que resalta teniendo en cuenta que el tiempo de la narración es una época marcadamente opresiva de la mujer. Ese pensamiento no es casual. En Rocío del Alba nos encontramos en el campo con mujeres sin libertad de acción. María Graciela vive en un mundo urbano en una época de quiebre, como bien se dibuja en el relato (mujeres en el mercado laboral, el voto femenino, etc.). Y luego está la posible lectora en una sociedad que ha avanzado otro par de pasos en la igualdad de las mujeres. De todas maneras, Lorenzini no olvida que una novela no es para sermonear. Por el contrario, las reflexiones surgen de la destreza escritural.
Lorenzini, María Eugenia. Escucha, corazón. Santiago: Editorial Forja, 2016.
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