Los ataques con aviones a las torres del World Trade Center de Nueva York y al Pentágono de Washington D.C., llevados a cabo por al-Qaeda el 11 de septiembre de 2001, no sólo impactaron por la cantidad de muertos, heridos y por derrumbar el mayor símbolo del modelo estadounidense. También significaron un golpe importante para los servicios de inteligencia de Estados Unidos; en sus propias narices, terroristas infiltrados en el país robaron cuatro aviones de pasajeros y los estrellaron contra los cuarteles de las instituciones más importantes del país.
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Este hecho afectó como nunca antes a la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos, compuesta por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y los organismos del Departamento de Defensa como la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la Oficina Federal de Investigación (FBI) y otras agencias de inteligencia. “Algunos comparan el impacto que tuvo esto con los ataques a Pearl Harbor en 1941, pero la comparación es errónea”, dice Joseph Fitsanakis, profesor del programa de estudios de Inteligencia y Seguridad Nacional de la Coastal Carolina University de EEUU. “Primero, porque el tamaño de la Comunidad de Inteligencia en 1941 era minúsculo en comparación con 2001, y segundo porque el atacante a Pearl Harbor, el Imperio de Japón, estaba mucho más lejos logísticamente que al-Qaeda”.
Hasta 2001 la Comunidad de Inteligencia seguía funcionando bajo la lógica y la mentalidad de la Guerra Fría, terminada hacía más de 10 años en ese momento. Muchos de los agentes en servicio y de los expertos en inteligencia habían sido formados en la lógica de la Guerra Fría. Las instituciones de la comunidad seguían con sus sentidos puestos en Europa y el este, siendo que el foco de peligro había girado hacia el Medio Oriente y el sudeste asiático. Al recibir un ataque terrorista de tal magnitud y en su propia casa, los servicios responsables se encontraron con una serie de dificultades a la hora de cambiar el foco de las investigaciones.
Primero que todo, tuvieron que interpretar información en un idioma que no conocían. “Se dieron cuenta de que tenían que preparar gente que hablara una serie de idiomas con los que no estaban familiarizados, como el arábico, el urdu (de Pakistán) o el pasten (Afganistán)”, dice Fitsanakis. Tuvieron que empezar a lidiar con una serie de conceptos culturales e ideológicos que no eran fáciles de interpretar, y que finalmente quedaron en evidencia con la invasión de Irak en 2003.
A nivel institucional, los ataques del 11/9 provocaron una reestructuración completa para “incrementar la coordinación entre las agencias federales”, dice Brian Nussbaum, investigador de Ciberseguridad y analista de Terrorismo y Seguridad Nacional de la State University of New York at Albany. “Para eso, se crearon organizaciones como el Centro Nacional de Contraterrorismo (NCTC) y el Departamento de Seguridad Nacional (DHS)”. Antes de esto, la seguridad nacional estaba casi exclusivamente enfocada en prevenir ciberataques.
Al mismo tiempo, mucha información y especulaciones circularon en los medios de comunicación y en las distintas agencias de inteligencia. Se especuló con que el FBI tenía información suficiente como para haber prevenido los ataques, pero que fue ignorada. Además, que el presidente George W. Bush también estaba enterado, pero que su reacción no fue la mejor para la seguridad nacional de EEUU. Lo cierto es que desde el 2001 hasta hoy, los servicios de inteligencia se adaptaron a las exigencias del terrorismo del siglo XXI. “Esto significó la reorganización más grande del Gobierno Federal de Estados Unidos desde la creación del Departamento de Defensa y de la CIA, en 1947”, dice Joseph Fitsanakis. “Hoy hay mucha más preocupación por el contraterrorista que en 2001, y las organizaciones encargadas de llevarla a cabo están mucho mejor coordinadas”, dice Brian Nussbaum. Y agrega: “Tiene falencias todavía, pero es muchísimo mejor”.
PUB/IAM