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Columna de Nicolás Copano: Todas las cosas que puedes ir aprendiendo al cumplir 30 años

Mi novia está de cumpleaños. Fui a comprar un regalo a una tienda. Soy de los que no escatiman en esas cosas si hay una necesidad. Como tiene un lindo proyecto me la jugué y compré una herramienta que le va a ayudar. Cuando me acerqué a la caja, calculamos las cuotas y vieron el color rosado, me preguntaron: “¿Qué embarrada se mandó?”. Me lo tomé como una broma. Pero luego le di vueltas.

Parece ser que nada hoy viene desde lo gratuito. Todo debe ser cuestionado si nace desde el deseo de sentir o darle a otro felicidad y no pasa por una plantilla de excel. En esta lógica de enfermizas relaciones extractivas donde el otro es una suerte de banco, no hay ni amor ni gratitud por nada.

En esa cultura far west, y tomando en cuenta que cumplí también 30, quiero dejar algunas reflexiones que me dieron vuelta estos días. Tal vez le sirva al que está confundido o está creciendo y no sabe qué va a pasar con él. Igual una vida, siempre, es una posibilidad. No es que todo cambie de un momento a otro, pero sí se puede tomar cierto control, sacar cierta ira. Entender que hay que aprender a que las cosas no cambian con violencia sobre la nada y mucho menos contra algo.

Hay que entender, primero, que el odio es una increíble pérdida de tiempo.
El odio es mirar algo en un contexto determinado para sentir algo y con ello expulsar una frase hiriente que se vuelva satisfactoria. En un momento de mi vida, odié mucho. Fue una torpeza y una tontería grande, porque nada, sólo el tiempo, cambiaron las cosas. Si hubiese dormido esas horas o hubiese salido de ese cajón, todo sería diferente.

O hubiese tomado otras herramientas que hubiesen acelerado cosas. En cambio, el odio sólo me metió en una pequeña y torpe isla de repetición. Finalmente, la búsqueda del lugar seguro eran esos enemigos que no daban para tanta atención.

Otra cosa importante es aprender a decepcionarse. La primera vista, la promesa, siempre es grata. Pero la puede quebrar cualquier cosa. El contexto o la lealtad del otro con el mismo. Nunca creas mucho en nadie. Sólo trata de entender a veces que la gente es “demasiado humana” y tiene problemas muy parecidos a los tuyos, en tu cabeza, que se enciende y anda y no para.

En ese sentido, el organismo funciona entre todos muy parecido y es que todos somos iguales. Lo que sucede es que nuestras culturas son diferentes.

Conversar no es monologar. Es acercarse al otro y escucharlo tratando de entender desde qué experiencias habla. En una era donde todos somos avatares lanzando letras, se ha deformado el diálogo por un ir y venir de sentires más que hechos. Porque no queremos conocer muchas veces lo que siente el otro: sólo queremos confirmar lo que nosotros traemos de antes. Ese es un error garrafal para establecer cualquier tipo de vinculo. Uno tiene que tener amigos para estar también en desacuerdo con ellos.

El conocimiento sigue siendo poder. Ahora es en forma de una aplicación o dato que el otro no sabe, o un método fácil de aplicar. En general, como el trabajo se ha mecanizado, nadie investiga mas allá porque siente que el placer es salir del trabajo. Si el trabajo fuese placentero o entretenido, no existiría ese nivel de sufrimiento. Pero lo más difícil es encontrar un trabajo que te haga sentir orgulloso. Mucha gente prefiere estar más orgullosa de sus vacaciones.

La forma más efectiva de perder a un amigo es darle un trabajo. El final de ése no es algo que controles ni menos la experiencia que transferiste y luego ves en otro lado con gente que nunca pensaste a la que le ibas a pasar un dato.

Me hubiese gustado aprender a relacionarme mejor con la gente, pero la forma en que lo hago es en mi trabajo. No es una deformación, es que me gusta mucho. Siempre quise hacer lo que hago.

¿Cómo logré hacer lo que hago? De lunes a domingo. Con muchas decisiones que me dejaron fuera de ciertos ritos. Con mucho código propio. Y es que al final eso genera mundos nuevos. No sé si me gustaría tener en mi propia vida un papel secundario.

Si es así, prefiero aceptarme. Y creo que ustedes también a veces deberían hacerlo y dejar de cuestionarse. Lo que es lógico y real es que hacia el otro no tenemos que hacer daño por hacer daño e, incluso, a veces no es necesario ni responder. Porque en esos laberintos internos y, a veces miserables, hay lugares en que no entenderíamos estar.

Y por eso, hay que viajar cada vez menos cargado en la mochila y hay que avanzar para lograr los sueños. Si se puede colaborar con los de otros, aún mejor. Pero no esperes nada: anda tranquilo.

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