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La tensión aumentaba el domingo en Estados Unidos en la víspera del primer debate presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton, que debería atraer el lunes una audiencia récord.
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El debate, que podría ser seguido por 90 millones de teleespectadores, según algunas estimaciones, aparece como particularmente crucial en momentos en que los sondeos no presentan diferencias claras entre los dos principales candidatos para la elección presidencial del 8 de noviembre.
La última encuesta, del Washington Post y ABC News, difundida el domingo, otorgaba a Clinton una ventaja ubicada dentro del margen de error, de 46% a 44% sobre Trump tomando en cuenta a otros dos candidatos menores y de 49% a 47% en caso de no hacerlo.
El menor desliz, el menor error en este debate organizado por la Universidad Hofstra, cerca de Nueva York, puede costarle caro a quien dé el paso en falso, en una campaña extremadamente polarizada y agresiva en la que los ataques ocuparon más espacio que la sustancia.
A sus 70 años, Donald Trump, un republicano atípico que se presenta como un outsider y que se viste con los ropajes de un showman populista y agresivo, deberá probar que tiene pasta de presidente.
Clinton (68 años) tiene una vasta experiencia política (fue senadora, secretaria de Estado, y primera dama) pero deberá intentar mejorar su empatía con un electorado que duda de su honestidad y en el cual no suscita entusiasmo alguno.
Este fin de semana Trump, que Trump prometió que el lunes sería «respetuoso» con su rival, amenazó en su cuenta de Twitter con invitar al debate a una muy antigua amante de Bill Clinton, Gennifer Flowers, que hizo saber que estaba dispuesta a concurrir.
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La directora de campaña del republicano, Kellyanne Conway, debió precisar que Flowers «no había sido invitada» por su equipo.
«Que Donald Trump dedique su tiempo previo al debate a este tipo de cosas demuestra qué tipo de líder puede llegar a ser», comentó en CNN Robby Mook, responsable de la campaña de Clinton.
— En las antípodas —
Habiendo participado en otros 30 debates políticos desde el año 2000, la postulante demócrata tiene una reputación de ser muy buena en esta clase de ejercicios.
Tiene detrás suyo una carrera de 40 años como funcionaria pública, y 88% de los estadounidenses la encuentran inteligente, pero 65% no la consideran honesta y 52% tienen una opinión negativa de esta política cerebral y relativamente fría.
El escándalo de sus correos electrónicos, las dudas alimentadas por su adversario sobre la transparencia de la Fundación Clinton, sus vínculos con el establishment, en especial con Wall Street, han contribuido a deteriorar su imagen.
En los últimos días, Clinton se encerró con sus asesores en su vivienda de Chappaqua, al norte de Nueva York, entrenándose para hacer frente a su adversario.
El objetivo del campo demócrata es lograr que Trump quiebre, para dejar en claro su incapacidad para el cargo.
Trump, por su lado, pasó este fin de semana alternando entre sus actos políticos y su preparación para la cita del lunes.
El republicano no tiene experiencia alguna en este tipo de enfrentamientos que se extienden por hora y media y en el que los dos contrincantes están solos ante un moderador, en este caso el presentador del informativo de la noche de NBC Lester Holt.
Trump confía en su instinto, mientras sus asesores se centran en adiestrarlo para que durante el debate no se altere y guarde la calma.
Los electores, a su vez, tienen del magnate republicano una imagen aún más negativa que la que tienen de Hillary Clinton: 61% lo rechazan.
PUB/SQM