A simple vista sus filmografías son muy distintas entre sí, pero a la vez se puede encontrar más de un punto en común en el cine de dos reconocidos directores que coinciden esta semana en la cartelera local: el estadounidense Tim Burton y el chileno Alejandro Jodorowsky.
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Ambos directores de culto, que cuentan con legiones de admiradores dispuestos a ver cada una de sus producciones pese a la irregularidad que han experimentado sus carreras, los dos con sus cualidades cuestionadas por más de un detractor, aunque finalmente nadie puede negar el poderoso influjo visual y creativo que despliegan en sus cintas, por más que el sentido narrativo a menudo no convenza.
Por donde se la mire, «Miss Peregrine y los niños peculiares», basada en la novela de Ransom Riggs, de 2011, debía ser adaptada a la pantalla grande por Burton.
Como en algunos de sus clásicos más recordados, su historia parte de un ámbito real y cotidiano para desarrollar un mundo fantástico poblado por personajes freaks o diferentes al entorno que los rodea, y donde la propia transmisión oral es parte importante del relato.
En términos visuales, el filme está lleno de logros -espléndida dirección de arte, buenos efectos especiales y sólida fotografía de Bruno Delbonnel-, bien acentuados por la banda sonora de Mike Higham y Matthew Margeson (por esta vez, el cineasta prescinde de su habitual y emblemático Danny Elfman).
La trama parte muy bien, atrapa al espectador desde el principio y todo parece indicar que estaremos ante uno de los mejores trabajos de un realizador cuya evolución en los últimos años ha defraudado a más de un fan. Pero por el camino, a pesar del derroche fantástico y el despliegue visual, el relato se hace más enredado, monótono e incluso convencional en sus soluciones.
A pesar de todo y con cierta indefinición estructural y sus ripios narrativos a cuestas, el acertado elenco y los toques típicos de Burton logran su efecto, y en su conjunto la película funciona, superando con creces a otros decepcionantes trabajos suyos del último tiempo, como «Alicia en el país de las maravillas» y «Big Eyes». A ésta le falta algo para entusiasmar, pero de todos modos tiene lo suyo.
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A su vez, en «Poesía sin fin», estrenada mundialmente este año en el Festival de Cannes y que se estará exhibiendo en la Cineteca Nacional de Chile, Jodorowsky continúa su exploración en su propia historia personal, ya iniciada en 2013 con «La danza de la realidad».
Esta vez ambientada en el entorno de la bohemia artística e intelectual del Santiago de los años 40, Jodorowsky retoma el tono delirante, por momentos surreal y absurdo que caracteriza sus filmes, y nuevamente sorprenderá y cautivará a sus fans con sus desbordes de imaginería, aunque a otros no les cause mayor impresión como historia y la forma en que aborda a sus personajes.
El veredicto lo tiene el público, pero nadie puede negar que Jodorowsky, como Burton, sigue siendo fiel a sí mismo y a su universo creativo.
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