«Trabajo coordinado con constructoras con el fin de asegurar que sus trabajadores no tengan causas penales pendientes con la justicia». La frase está sacada textual del folleto de propaganda del concejal Cristóbal Lira, que postula en la comuna de Lo Barnechea con el título de 10 Acciones Fuertes Contra la Delincuencia.
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¿Qué interpreto de su promesa? Que los posibles delincuentes están en los trabajadores de la construcción, en los que no son los «reales» vecinos de la comuna de Lo Barnechea. Que la delincuencia viene desde afuera de la comuna. Que son los más pobres, los obreros los que pueden ser los delincuentes. Que un trabajador que no usa chaqueta y corbata, es siempre un sospechoso. Que a «esos» trabajadores hay que vigilar.
¿Puede existir algo más clasista, más discriminador? ¿Puede existir algo más desigual?
No quiero centrar la discusión en este candidato en particular. Quiero poner la atención sobre la visión de mundo de este candidato que representa al Pacto Chile Vamos, apoyado por la UDI. ¿Cuántas veces reproducimos esta visión del mundo? ¿Cuántas veces lo hacen los que manejan el poder, esa élite económica y política? ¿Cuántas veces lo hacemos nosotros mismos, los medios de comunicación?
¿Por qué un obrero de la construcción que se desplaza todos los días hasta Lo Barnechea puede ser un delincuente y los dueños de una constructora donde se violan las normas de seguridad, y dos de sus trabajadores terminan muertos, no son delincuentes?
¿Por qué un hombre que se roba un celular de un manotazo en la micro es un delincuente y un senador que recibió coimas durante años es un «buen hombre que cometió un error, una mala práctica» y no derechamente un delito?
Es porque abusar de los pobres «sale gratis», no hay costo, nadie es responsable. Se abusa impunemente.
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Lo mismo vemos en programas de televisión que se presentan como «docurrealitis» o «telerealidad» donde el objeto de la represión, la burla, el cuestionamiento, la sospecha o la denuncia son los pobres.
Redadas transmitidas a destajo en casas pobres, de barrios pobres, de comunas pobres. O al interior de las cárceles, donde la población penal está hacinada y se les muestra como «merecedores» de esa condición. ¿No hay telerrealidad del allanamiento a la casa u oficinas de los dueños de Penta? ¿No hay docurrealitis al interior de Capitán Yáber? Otra vez «si son pobres, qué importa».
Lo mismo pasa con el Servicio Nacional de Menores. ¿Quienes están allí? Los niños más pobres de Chile, los que más carencias tienen, los que cuentan con menos redes y menos protección. ¿Y hoy rasgamos vestiduras porque no nos han importado en los últimos 20 años? ¿Hoy todos nos acusamos cuando nunca nos han importado? No han sido prioridad en las políticas públicas, ni en la agenda noticiosa, ni en el púlpito del cura, ni en la sociedad chilena.
Son pobres y hoy los pobres son invisibles. No existen en sus derechos en la discusión pública. No son sujetos con opinión e injerencia en las políticas públicas. Ni siquiera están presentes en los medios de comunicación. Por brutal que se lea, por brutal que suene… hoy son invisibles.
¿Si la política no está para esto… para hacer visibles a los invisibles de nuestra sociedad? ¿Si no está para que todos seamos objeto de derechos y participación? ¿Si el Estado no los pone como primera prioridad? ¿Para qué está el Estado? ¿Para qué está la política?
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