El bombardeo aéreo de ciudades es una violación del derecho humanitario. Hoy, sin embargo, dos países reciben letales descargas aéreas en forma regular. Siria y Yemen son blancos de aviones que actúan con absoluta impunidad. En ambos países hay guerras civiles en pleno desarrollo. En Alepo, la mayor ciudad siria, así como en Saná, la capital de Yemen, diversas fuerzas aéreas causan estragos. En esta última ciudad, el sábado pasado, unas 140 personas murieron y más de 500 resultaron heridas en ataques aéreos atribuidos a la coalición liderada por Arabia Saudita con respaldo de Estados Unidos.
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Como es la práctica habitual, la coalición negó su responsabilidad en los bombardeos. Otro tanto ocurre con las acciones aéreas rusas y sirias que, con regularidad, destruyen hospitales y residencias en las zonas dominadas por los rebeldes.
La aplicación de fuerza desmedida puede endurecer la voluntad del adversario. Ello ocurrió con los bombardeos masivos de ciudades durante la Segunda Guerra Mundial que causaron una enorme cantidad de muertes y destrucción, pero no provocaron la rendición de alguna de las partes.
En el marco de las guerras asimétricas, en que se enfrentan contrincantes de fuerzas muy dispares, el bando más poderoso recurre a la aviación para golpear desde la distancia minimizando sus riesgos. Los atacados, a menudo insurgentes, buscan protegerse refugiándose entre la población civil. Así la pérdida de vidas inocentes se transforma en un costo político para el agresor.
Samuel Huntington en su libro “El choque de las civilizaciones” teoriza sobre el enfrentamiento con el terrorismo yihadista: “En esta cuasi-guerra cada bando ha capitalizado sus fortalezas y ha explotado las debilidades de su contrario. En el campo militar, ha sido en gran medida una guerra de terrorismo versus poder aéreo. Entregados militantes islámicos aprovechan las sociedades abiertas de Occidente y ponen bombas en blancos seleccionados. Militares profesionales occidentales aprovechan los cielos abiertos del Islam y lanzan bombas inteligentes contra blancos seleccionados”.
En lo que toca a la precisión del armamento aéreo, el progreso es patente. Durante los bombardeos contra la Alemania nazi, para destruir un centro de mando y control se necesitaban unas 4.500 misiones y la descarga de ocho mil toneladas de explosivos. Para conseguir el mismo objetivo en Vietnam bastaron 95 aviones y lanzar 190 toneladas. En la actualidad, un solo avión dotado con misiles y bombas inteligentes, debidamente programadas, puede acabar con el mismo blanco. Pese a ello, distan mucho, como está a la vista, de tener una precisión quirúrgica.
El empleo de la fuerza nunca puede perder de vista el objetivo político final de todo conflicto. El propósito de la victoria bélica no es avasallar al enemigo pues ello, con frecuencia, planta las semillas amargas del conflicto siguiente. El óptimo es lograr las metas bélicas al menor costo posible para ambas partes. Esa es la base para una convivencia futura.
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