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Columna de Alida Mayne-Nicholls: Como Dylan en los Nobel

Nada como darle el Premio Nobel de Literatura a un músico para hacer que las cosas se muevan un poco. Mientras las apuestas se movían entre Murakami o Roth, la Academia Sueca tenía su propia agenda; una que llevó a que los fanáticos de la música comentaran más que los fanáticos de la lectura la decisión de premiar a Bob Dylan. Premios como los Nobel no pueden dejar contentos a todo el mundo. La primera noticia de que Dylan había ganado que vi era una declaración indignada. Probablemente estamos demasiado acostumbrados a categorizarlo todo, a poner cada cosa en un compartimiento sellado de manera hermética o, peor, como un niño que no quiere que las comidas diferentes que tiene en su plato se toquen, no vaya a ser que se pierda el equilibrio del mundo por una acción así. Y, sin embargo, cuando la academia hace el anuncio, esperando que sea recibido con alegría (esto no es mi imaginación, sino lo que la academia efectivamente dijo que esperaba), aclara que el premio a Dylan tiene un sentido unívoco: por ser un gran poeta.

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Un poeta que le pone música a sus versos, y eso pareciera ser la gran transgresión. Pero ¿acaso la oralidad no está en el origen de la literatura? Qué mejor que una canción de pocos minutos puede guardar ese sentido de lo efímero y de lo performático que tienen las manifestaciones de poesía oral. Hace muchísimos años vi en vivo a Bob Dylan, parado frente al micrófono, con su guitarra en las manos, en un estilo ya bastante conversacional de canto. Y me parece que estaba justo allí aquello: la performatividad del acto, lo efímero de un recital. Efímero en el sentido más directo: acabado el recital, se acaba la música, se acaba la experiencia. Lo mismo que cuando termina de tocarse el disco. Lo que no quiere decir que la música no trascienda, que las letras no permanezcan, pero siempre con una cierta translucidez, que se corporiza cada vez que volvemos a poner la canción.

Así que no veo realmente una transgresión en premiar a un músico; es como si se estuviera recuperando aquello primigenio de la literatura, su experiencia estética vivida en el momento. Estudiando hace un par de años acerca de la poesía oral actual, leí a Ruth Finnegan. Ella comienza su libro citando algunos poemas orales y enfatizando que quedan fuera del canon –lo que implica del estudio literario, por tanto– y siempre relegados a ser vistos por el mundo académico como algo menor; no arte propiamente tal, sino “manifestaciones culturales”, que casi parece la categoría cliché para permitirnos hablar de ciertas cosas. Pero, ¿busca este premio darle a la poesía cantada un lugar en el campo establecido? Creo que sería así si Bob Dylan no fuera ya un músico canónico. Es un compositor que ha dejado su marca en la historia de la música, ciertamente; que ha influenciado a músicos por todas partes –no solo en la configuración del cancionero estadounidense, como nos dice la Academia Sueca–. No necesitábamos que se le diera el Premio Nobel para escucharlo; eso ya sucedía. Veía a sus fanáticos tratando de decidir cuáles eran sus mejores discos, sus mejores canciones. Yo misma siempre tengo presentes algunas, Mr. Tambourine Man, Lay Lady Lay, Just like a Woman, Like a Rolling Stone, All Along the Watchtower, Chimes of Freedom, It’s All Over Now, Baby Blue (sí, “estoy más” en las canciones antiguas). Pero lo que hace Sara Danius, secretaria de la Academia Sueca, y encargada de hacer el anuncio, cuando llama a leer a Dylan, es decir, a ponerle atención más allá de lo efímero y performático de la canción, es otra cosa: redescubramos a Dylan como escritor, como poeta. Y yo me pregunto: ¿para qué? Entonces para recibir una nueva valoración debemos subirle el pelo al músico convirtiéndolo en escritor. No me parece una postura rupturista. Por supuesto, una no espera una posición rupturista de parte del Premio Nobel. Años anteriores presentaba nombres tal vez no nuevos, pero sí ignorados o pasados por alto, que lograban así visibilidad, lectores, crítica, comentarios. Se había comenzado, además, a destacar a más mujeres escritoras. Pero premiar a un consagrado, porque Dylan es un consagrado, no pareciera tener mucho sentido. Esto no quiere decir que letras y músicas de Dylan no sean de un trabajo maravilloso. Así que mi cuestionamiento del premio no es que se le haya dado a un músico, porque por supuesto que es poesía; creo que ahí no está la cuestión. Y tampoco cuestiono la calidad del músico. Tal vez el problema es que el premio llega con décadas de atraso. Porque los versos de Dylan ya son estudiados en las facultades de literatura; de hecho, existe The Cambridge Companion to Bob Dylan (2009), qué más establecido que eso. No era necesario que la Academia Sueca llamara a las canciones de Bob Dylan poesía: eso ya se venía haciendo. 

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