Fue el ex Presidente Ricardo Lagos que usó y transformó en una especie de mantra la frase: «Que las instituciones funcionen». Hacía referencia a la seriedad de nuestro país. Un país con instituciones sólidas y creíbles, que más allá de problemas, ripios, desaguisados o mala política, estaba por sobre un gobierno u otro, por sobre el resto de Latinoamérica.
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Pese a que la frase se instaló como un mantra que las autoridades repetían una y otra vez, «dejemos que las instituciones funcionen» me parecía correcto. Me provocaba orgullo que «el país funcionara», que fuera «serio». Que se mirara más allá de la contingencia política. Que se usara de ejemplo para la inversión extranjera, para la calificación internacional de riesgo, para los organismos internacionales. Era la secuencia correcta de un traspaso desde la dictadura a la democracia, «sin disparar una bala».
¿Qué pasó entonces? ¿Qué pasó con las instituciones? ¿Qué pasó con este país orgulloso de lo que tenía?
¿Son acaso las redes sociales y el acceso a más información? ¿Es que hoy las conversaciones quedan registradas en «mails», grabadas en un computador, donde quedan como evidencia? ¿Quién nos quitó lo que teníamos? Y peor o más inquietante aún, ¿lo tuvimos alguna vez?
Lo ocurrido esta semana con el padrón electoral vino a dañar irremediablemente a una de las pocas instituciones que aún se mantenía «con la frente en alto»: el Servicio Electoral.
Recuerdo una época, no hace tantos años, cuando mirábamos al INE y al Censo como los mejores de Latinoamérica. Recuerdo cuando el Servicio de Impuestos Internos era una «joyita», moderno, incorruptible, responsable. Sin interferencia política, un recaudador técnico. Recuerdo cuando el Servel era un referente para toda América Latina. Las elecciones transitaban con total claridad, como un «relojito», con resultados que se daban rápido y que jamás fueron cuestionados por oficialismo o por oposición. Hasta hace muy poco, los fiscales se habían transformado en una esperanza de transparencia, pero los vaivenes de la propia Fiscalia Nacional, opacó esa transparencia. Antes era confianza al 100%.
¿Qué nos pasó? ¿Qué cresta nos pasó?
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¿Dónde quedaron las instituciones? Vuelvo a preguntar, ¿cuándo se pudrió todo?
Quizá estábamos viendo sólo la cáscara. Quizá la emoción de volver a vivir en democracia nos nubló la vista. Quizá fue la soberbia de creernos lo que no somos.
Pero las preguntas no paran ahí. Hay otras que son más inquietantes aún. ¿Las instituciones funcionaban y hoy no lo hacen? ¿O es que nunca funcionaron?
¿Todo se pudrió hoy? ¿O todo estaba podrido desde antes y es que nunca nos dimos cuenta?
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