El periodista, como cualquier otro oficiante, ejerce un oficio noble en sí mismo. Evidentemente hay que ver quién es quién a la hora de los juicios. El periodismo cumple la función crítica de mantener “informada” a la población acerca de la contingencia y el rumbo de los acontecimientos.
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Cuando lo que está en juego es la intepretación de la realidad, los periodistas encuentran sus limitaciones, “el corte”. Porque la realidad o los hechos no son interpretados por sus voluntades atómicas.
Tras lo que en apariencia se da formateado por escrito, gráficamente, en audio o audivisualmemte, incluyendo la publicidad, hay unos señores calificables de oscuros. No se ven. Sin embargo, ellos son los que toman las decisiones editoriales. Es decir, la versión o representación de lo que se verá o no se verá. Contra todo sentido común, más importante es lo que “no se verá”.
Lo que se ve es un conjunto finito de contenidos. Por contraparte, lo que “no se ve” es infinito, igual que su potencial. Por lo tanto, es inmensamente más crítico lo que se descarta respecto de lo que se expone. Dónde va el corte, cuál fotografía o qué contenido y cómo se presenta, favorece o denigra a personas e ideas con una visión valórica solapada, en el sentido de su invisibilidad.
El ocultamiento de información tiene una dimensión forzosamente siniestra. Paradigmático y escandaloso, por ejemplo, resultó la pancarta colgada por los universitarios en el frontis de la Universidad Católica: “Chileno: El Mercurio miente” (1967).
Así, es nuestro deber leer entre líneas y distinguir entre hechos concretos y el cómo se nos declaran, y el por qué aceptamos, o no, más allá de aquéllos, las “verdades” a las que se nos induce a pensar o elaborar. Una lectura de tercer orden nos protege no de la información, sino de la desinformación.
Los medios de comunicación de masas operan como un observador o testigo de segundo orden. Por ejemplo, si somos testigos de un accidente ferroviario, no hay mediación; el evento “es” de primer orden en este sentido. De ahí lo de “medios”… que obrarían como observadores de observadores, en los cuales delegamos, sin mucha conciencia la mayor de las veces, la interpretación de los acontecimientos.
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Para variar, no quiero aparecer como abogado del diablo, ni ofensor de la diabla. Pero estas ideas empezaron a revolotear en mi cabeza después de ver el tercer y último debate presidencial entre Clinton y Trump, curiosamente concertado en Las Vegas (ja ja ja ja).
Me llamó particularmente la atención la suspicacia de Trump hacia los medios, cuando le preguntaron si reconocería, en el caso, su derrota. Prácticamente todos los medios, atacados de histeria infundada en mi parecer, se han volcado en contra de quien alguna vez fue objeto de promoción y réditos, especial y nauseabundamente CNN.
Por primera vez en la historia de USA un candidato dijo que su respuesta quedaba en suspenso, generando una pequeña crisis democrática, crisis que en el fondo no nos es muy ajena.
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