Culmina la eterna campaña electoral estadounidense. Un proceso donde se alcanzaron cotas inauditas en el campo de la negatividad. Lo deseable son campañas positivas en que cada bando proyecta sus propuestas. En este caso cobraron más fuerza las descalificaciones mutuas. Ambos candidatos aportaron copioso material para sus descalificaciones respectivas.
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Hillary Clinton se empeñó, respaldada por el presidente Barack Obama, en señalar que Donald Trump no tenía las condiciones mínimas para asumir la presidencia. Su temperamento e ignorancia sobre cómo opera el mundo lo descalificaban para convertirse en “comandante en jefe” de las fuerzas armadas más poderosas del mundo. Clinton le encaró su misoginia, islamofobia y racismo expresado con fuerza hacia los latinos.
Trump retrucó que la señora Clinton carecía del juicio y la honestidad para conducir la nación. Basó su impugnación en el escándalo de los correos electrónicos reservados almacenados en su cuenta personal mientras era secretaria de Estado. Los puntos altos del debate apuntaron a socavar al adversario antes que a exponer cómo piensan gobernar un país que atraviesa por tensiones y una polarización aguda.
Trump, en todo caso, es lo novedoso de estas elecciones. No sólo por anticipar que impedirá el ingreso de los musulmanes al país. Una proclama de discriminación religiosa que atenta contra la libertad de credo, un derecho humano básico. Al ser consultado si aprobaría el empleo de la tortura con agua (waterboarding) respondió: “Por mis huevos que sí. Por mis huevos. ¡En un segundo! ¡Eso y mucho más!”. Legitimó así la tortura. Con sus expresiones abrió una peligrosa puerta que irrumpe en campos que hasta hoy la convivencia democrática vedaba
Con su estilo iconoclasta, el candidato republicano ha logrado, sin embargo, aglutinar el malestar de un amplio sector de sus compatriotas. El grueso de los estadounidenses ha partido de la premisa de que cada generación vivirá mejor que la anterior. Pero es un sueño que hoy se desvanece. Un número importante de personas ya no progresan como en el pasado.
Un largo período de estancamiento económico ha dejado a 30 millones de hombres bajo la línea de pobreza con ingresos inferiores a 20 mil dólares anuales. Otros 16 millones ganan un poco más en una condición de cuasi pobreza. Así, uno de cada tres hombres entre los 18 y los 34 años es pobre o está muy cerca de serlo.
Hay entre los sectores industriales tradicionales -el automotriz, el acero, astilleros y otros- un vivo malestar. Muchos culpan a la globalización y a las relocalizaciones que llevan a empresas estadounidenses a producir en México, China u otros países donde resulta más económico.
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Trump denuncia sin ambigüedades los tratados de libre comercio que, a su juicio, perjudican a los trabajadores. A la par, amenaza con expulsar a millones de inmigrantes acusándolos de aumentar la criminalidad en el país.
Gane quien gane los comicios del próximo martes 8 de noviembre, Estados Unidos habrá cambiado.
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