Varias mujeres denunciaron por acoso sexual a Donald Trump. El acusado negó en forma tajante las imputaciones. Consultada una de sus seguidoras si las acusaciones alteraban su intención de voto respondió: “No, porque no estamos eligiendo a un Papa”. En la réplica es claro que los hechos son secundarios. Lo primordial es la identificación con lo que Trump representa.
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A este fenómeno alude el británico Diccionario de Oxford que viene de elegir la palabra del año. El concepto internacional seleccionado es “post-truth” o en castellano la post-verdad. Es un término para señalar que los hechos objetivos pasan a segundo plano. El mayor impacto en la formación de la opinión pública no es dictado por datos duros, sino que por emociones. Casper Grathwohl, en nombre del diccionario, señaló que la post-verdad es “una de las palabras definitorias de nuestro tiempo”.
En todo caso desde hace algunos años circula el término “política post-verdad”, que algunos llaman “política post -factual”. A propósito de ello, Politifact, un medio estadounidense de verificación de datos, estableció que el 70 por ciento de las afirmaciones sobre hechos realizadas por Trump debían considerase “mayormente falsas”, falsas” o “completamente falsas”. Un ejemplo de lo último: Trump dijo en relación a la inmigración que Hillary Clinton “quiere dejar que la gente entre al país.
Podríamos tener 650 millones entrando y no haríamos nada al respecto. Piense. Eso es lo que podría pasar. Se podría triplicar la población del país en una semana”. Ni siquiera cuadra la aritmética: Estados Unidos tiene 324 millones de habitantes.
Se podría pensar que las matemáticas es la forma más exacta de representar la realidad. En cuyo caso los mejores cronistas serían los contadores. Pero nadie ignora cuán frecuente es el “masajeo” de las cifras para que terminen cuadrando. Por algo es famosa la sentencia de un político inglés que advertía que “hay mentiras, malditas mentiras y estadísticas”.
Las cifras pueden ser correctas, pero admiten diferentes lecturas. Las magnitudes dependen de con qué se las compare. El asunto es aún más complejo dado el alud de datos provenientes de una enorme cantidad de fuentes. Esto ha abierto el gran debate sobre la confiabilidad de la información que circula en las redes sociales. Es alarmante escuchar a personas que citan “a la internet” como una fuente. Es tan vago como señalar que “alguien me lo dijo”. Los medios varían en su rigurosidad y padecen de una percepción selectiva. Incluso en la academia muchos estudios que presumen de científicos son financiados por industrias interesadas en influir a la opinión pública.
Numerosas universidades obtienen fondos de empresas o asociaciones profesionales para el desarrollo de investigaciones. Como se suele decir, no hay tal cosa como un almuerzo gratis, los financiamientos no son neutros.
En un cuadro en que es duro formarse una opinión florece la post-verdad. Cada cual identifica a ciertos líderes de opinión. Muchas veces es un proceso que resulta más emocional que racional. Hay algo que lleva a creerle a uno más que a otro. En la batalla de la post-verdad, Trump fue el claro vencedor.
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