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EFE
Cuba afronta la desaparición de Fidel Castro inmersa en la «actualización» de su economía socialista con reformas impulsadas por su hermano Raúl cuyos resultados son aún una incógnita, también a la espera de una posible paralización del deshielo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
En sus últimos años, el hombre que convirtió a Cuba en aliada de la extinta URSS y que declaró irreversible el socialismo en la isla asistió desde su retiro a un plan de apertura emprendido por su hermano y sucesor, Raúl Castro, para garantizar la supervivencia de una revolución que siempre tuvo en la economía una de sus asignaturas pendientes.
Cuando en 1959 los «barbudos» liderados por Fidel Castro derrocaron al dictador Fulgencio Batista, Cuba era un país con enormes desigualdades sociales y con una elite enriquecida a la sombra del negocio azucarero y las trasnacionales estadounidenses.
Pero «se acabó la diversión: llegó el comandante y mandó parar», como dice la canción de Carlos Puebla. La Ley de la Reforma Agraria y la nacionalización de las propiedades norteamericanas en la isla fueron las primeras medidas económicas más importantes tras el triunfo de la Revolución.
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En 1961, en medio de la invasión anticastrista de Bahía de Cochinos o Playa Girón, Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana mientras se profundizaba el enfrentamiento con Estados Unidos.
En el complejo escenario de la Guerra Fría, Cuba se alió con la desaparecida Unión Soviética y se convirtió en su satélite en el Caribe: gracias a eso la isla recibió durante tres décadas más de 20.000 millones de dólares que permitieron vivir a la población de forma desahogada hasta finales de los ochenta.
Pero en 1989 cayó el bloque comunista y para Cuba «fue como si dejara de salir el sol»: así describió Fidel Castro años después el impacto que sufrió un país que «se quedó colgado de la brocha», en expresión popular.
El desmoronamiento de la URSS desveló la fuerte dependencia de Moscú: la economía cubana sufrió un desplome del 40 % y llegaron los duros años del «periodo especial» y la escasez máxima, en una traumática crisis que ha marcado a varias generaciones de cubanos.
Fidel Castro se vio obligado a abrir la isla al turismo internacional, a las inversiones extranjeras, al dólar y a las remesas, entre otras medidas, para evitar el desplome del sistema.
Y en los albores del siglo XXI, llegó otro comandante, esta vez venezolano: Hugo Chávez se convirtió en la tabla de salvación del régimen cubano con una alianza estratégica que proporcionó a Cuba una nueva fuente de ingresos y sobre todo de petróleo.
La isla comenzó a recibir diariamente unos 100.000 barriles de crudo de Caracas que paga con servicios médicos, educativos y deportivos, una experiencia que Fidel Castro aprovechó para exportarla a otros países del Tercer Mundo como una nueva fuente de ingresos.
Ni esa fórmula ni el impulso del turismo permitieron a Cuba superar su asfixia económica y, tras la enfermedad y retiro de Fidel, su hermano Raúl se dedicó a la «batalla económica» de un país con un salario medio de apenas 20 dólares mensuales, con más de 1,8 millones de hectáreas agrícolas sin cultivar y con graves problemas energéticos, de vivienda o transporte, entre otros.
El menor de los Castro ha puesto en marcha en Cuba un plan de reformas que se ha traducido en una controlada apertura a la iniciativa privada gracias a medidas como la ampliación del trabajo autónomo, si bien la principal forma de la economía de la isla sigue siendo la empresa socialista.
La isla se ha llenado de «microempresas» privadas como restaurantes, talleres de reparación, salones de belleza o gimnasios y negocios que solo son posibles en un abanico de actividades muy limitado y que están lastrados por la escasez de productos, la inexistencia de un mercado mayorista o la creación de altos impuestos en un país de nula cultura tributaria.
La drástica reducción de las plantillas estatales, la eliminación de subsidios «paternalistas», el perfeccionamiento de la empresa estatal, la autorización de cooperativas privadas o el proyecto para eliminar el complicado sistema de la doble moneda que existe en el país son otras de las medidas destacadas de la «actualización» cubana.
Estos ajustes y otros de corte social como la reforma migratoria han aliviado levemente la vida de los cubanos pero no acaban de traducirse en un avance económico sustancial ni han elevado los niveles de producción de un país que sigue gastando al año 2.000 millones de dólares en importar alimentos, porque las medidas para activar el sector productivo agrícola no han funcionado.
Consciente de que Cuba necesita capital para lograr un «socialismo sustentable», Raúl Castro ha apostado por la captación de inversión extranjera con la creación en el puerto del Mariel de la primera zona especial de desarrollo del país, y una nueva ley para atraer a empresarios foráneos, pero bajo la premisa de que la isla no se vende.
Muchos expertos coinciden en que las reformas de Raúl Castro son las más importantes realizadas en Cuba durante su revolución, pero también critican su lentitud y gradualidad en un país que tiene en la eficiencia económica uno de sus principales déficit.
El anuncio del restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos disparó las expectativas sobre la posibilidad de que las reformas económicas raulistas se aceleraran con las medidas de flexibilización impulsadas por el presidente Barack Obama.
Sin embargo, la llegada a la Casa Blanca del republicano Donald Trump, abiertamente contrario al deshielo, ha cubierto de incertidumbre ese proceso, mientras el embargo comercial contra la isla aún se mantiene. EFE
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