La intervención rusa mediante grupos de ciberatacantes o ciberpiratas en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha sido el tema de las últimas semanas en la agenda política del país. La CIA, el FBI y los 17 miembros del Departamento de Inteligencia han asegurado que los ataques y robos de documentos hechos este año a los dos partidos más importantes del país no podrían haberse efectuado sin la autorización de «el más alto mando» del gobierno ruso. O sea, de Vladimir Putin.
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Obama también lo ha afirmado así durante su última conferencia de prensa en la Casa Blanca este viernes, mientras el presidente electo Donald Trump, el beneficiado directamente por el actuar ruso, tilda de «incoherencias», «estupideces» y de «ridículas» las afirmaciones del aparato de inteligencia federal.
En esto, un artículo de opinión del The New York Times escrito por el destacado escritor y activista de los derechos humanos chileno Ariel Dorfman, compara la situación que está viviendo Estados Unidos y la intervención rusa en sus asuntos internos con lo hecho por la CIA, con el aval del gobierno de Richard Nixon, en el periodo presidencial de Salvador Allende (1970-1973).
El artículo, llamado «Now, Americans, you know how Chileans felt» (Ahora, estadounidenses, ustedes saben cómo nos sentimos los chilenos), menciona muchas de las veces en que la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos actuó en territorio chileno para desestabilizar al gobierno de Salvador Allende incluso antes de que este asumiera el cargo, cuando cometieron el asesinato del general René Schneider. «No teníamos en ese momento pruebas fehacientes de ello –si bien con el tiempo aparecería abundante evidencia de que teníamos razón–, pero no dudábamos de que se trataba de otro intento más de Estados Unidos de subvertir la voluntad del pueblo chileno», escribe Dorfman.
«El gobierno de Richard Nixon no podía tolerar esa revolución sin violencia que proponía Allende, su programa de liberación nacional y de justicia social y económica», continúa y agrega: «El país estaba plagado de rumores de un posible golpe de Estado. Ya había sucedido en Irán y Guatemala, en Indonesia y Brasil, donde mandatarios reacios a los intereses norteamericanos habían sido derrocados. Ahora le tocaba el turno a Chile. Y, debido a que el general Schneider se oponía tenazmente a esos planes, lo habían ultimado».
Luego, todo termina en el desenlace conocido: el golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas y financiado por el gobierno de Nixon y la CIA, el 11 de septiembre de 1973. «Fue el comienzo de una dictadura letal que duraría diecisiete años. Años de tortura y ejecuciones, largos años de desapariciones, persecución y exilio».
«Estamos ante un desastre colectivo: quienes votan en Estados Unidos no deberían sufrir lo que nosotros, los que votamos en Chile, ya padecimos. Es intolerable que el destino de los ciudadanos, del país que fuere, sea manipulado por fuerzas foráneas», asegura Dorfman.
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Y agrega: «Cuando Trump niega, como lo hacen también sus acólitos, que su elección como presidente fue fruto, como aseguran los servicios de inteligencia, de la intervención rusa, se está haciendo eco, extrañamente, de los mismos argumentos con que nos respondieron los opositores de Allende cuando muchos chilenos acusamos a la CIA de interferir en nuestros asuntos internos. Trump usa términos idénticos a aquellos que se reían de nosotros en ese entonces: tales alegatos, dijo, son “ridículos” e “inverosímiles”, pura “teoría de la conspiración”, puesto que es “imposible saber quién está detrás de esto”.
«En Chile, sí que terminamos sabiendo quien estaba ‘detrás de esto’. (…) Estados Unidos no puede, de buena fe, denunciar lo que se ha perpetrado contra sus ciudadanos decentes si no está dispuesto a confrontar lo que se perpetró en su nombre contra ciudadanos igualmente decentes de otros países. Y como resultado de esta auto-examinación, tendría que resolver firmemente nunca más llevar a cabo tales actividades altaneras e imperiales», remata.
PUB/FHA