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«Chile podría ahorrar hasta 106 millones de dólares al año por pérdidas asociadas a los desastres de origen natural si pusiera en marcha una serie de iniciativas estratégicas».
Con esas palabras Gonzalo Rivas, presidente del presidente del Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo (CNID), se refirió al gasto que hace nuestro país en esta materia.
«Nuestra exposición al riesgo frente a eventos extremos de la naturaleza es cada día mayor y requiere de respuestas elaboradas que, naturalmente, involucran no sólo a las ciencias y la tecnología, sino a la sociedad en su conjunto», agregó.
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Por otro lado, un informe elaborado por la CNID, organismo que asesora al Gobierno, señaló que «los desastres de origen natural nos abren la oportunidad de hacer de ellos un polo de desarrollo para Chile».
Entre 1980 y 2011, Chile fue el país que más sufrió en el mundo por esta causa en cuanto a costes materiales se refiere, porque el 1,2 % del Producto Interno Bruto (PIB) fue destinado a acciones de reacción y reparación de desastres naturales como aluviones, tsunamis, terremotos o incendios.
Por ello, el informe «Hacia un Chile Resiliente frente a Desastres: Una Oportunidad», elaborado por una comisión presidencial orientada por el CNID, propone invertir en el «desarrollo de nuevas capacidades de Investigación y Desarrollo e innovación (I+D+i) que hagan viable una respuesta más eficiente».
Ello, según el Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo, permitiría que por cada dólar invertido, el país se beneficiaría con 2,3 dólares.
Pero lograr que la innovación sea un eje efectivo de desarrollo de Chile es «un objetivo que, a todas luces, hasta ahora no ha sido exitoso», admitió Rivas.
La falta de acuerdo político sobre el rol del Estado y el mercado en la innovación es una de las dificultades detectadas por el Consejo.
Así, si en su primer mandato presidencial Michelle Bachelet impulsó el desarrollo de «clusters» (empresas de un mismo sector que colaboran estratégicamente), su sucesor, Sebastián Piñera, optó por el emprendimiento y el impulso de las «start up» (organizaciones que desarrollan productos o servicios innovadores).
«Hay gente inteligente en todos lados. El problema no es ese. El problema es poner a la gente inteligente a trabajar en un propósito común», explicó Rivas.
Pero, además de la falta de consenso, un segundo problema es la disputa entre el mundo de la economía y el de la ciencia.
«El primero dice ‘nosotros no podemos seguir otorgándole recursos a estos científicos, que hacen lo que quieren’ (…) y el segundo opina ‘éstos son unos ignorantes y no entienden que no hay que hacer distinciones entre la ciencia básica y la ciencia aplicada'», precisó.
En lugar de hablar solamente de competividad, «nosotros creemos que lo que Chile necesita realmente es desarrollarse», apuntó el presidente del CNID.
PUB/EFE.