En Estados Unidos, el Partido Demócrata fue objeto de un hackeo de marca mayor. Miles de documentos fueron extraídos de sus computadores y terminaron en manos de WikiLeaks. El impacto fue considerable, pues en ellos la candidata Hillary Clinton aparecía con dichos muy favorables a la gran banca de Wall Street a la cual denunciaba en público. También se exponían irregularidades del sistema electoral partidario que perjudicaban a Bernie Sanders, su correligionario rival.
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Los demócratas, informados por la CIA, acusaron a Rusia del robo de información y de filtrarla a WikiLeaks. En ese momento la campaña de Donald Trump se mofó de la agencia de inteligencia. Desacreditaron su revelación, recordando que habían denunciado que Irak disponía de armas de destrucción masiva. El tiempo develó que la Agencia se prestó para las falsedades difundidas por el gobierno del Presidente George W. Bush para justificar la invasión al país árabe en el 2003.
Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, asilado desde hace cinco años en la embajada de Ecuador en Londres, refutó las acusaciones: “Nuestra fuente no es el gobierno ruso y tampoco lo es un actor estatal”. Lo insólito es que Trump optó por hacerse eco de la versión Assange antes que la de su descomunal aparato de inteligencia. En un tuit señaló “Julian Assange dice que un joven de 14 años podría haber hackeado a Podesta (el jefe de campaña demócrata). ¿Por qué tuvo tan poco cuidado el Partido Demócrata? ¡Además dijo que los rusos no le dieron la información!”. Trump desafia así no sólo a sus servicios de espionaje, sino que a un buen número de sus correligionarios conservadores.
El asunto tiene alcances internacionales. El mes pasado, el presidente Barack Obama expulsó a 35 diplomáticos rusos en represalia por los mentados hackeos. Una medida calificada como prematura por el equipo de Trump, que aplaudió al presidente ruso Vladimir Putin por no reciprocar la medida, como es la costumbre. Trump lo aplaudió con un tuit: “Yo siempre supe que él es muy listo”.
El mundo del espionaje es oscuro por naturaleza. Pero establecer el origen de un ciberataque, en el que se utilizan muchas cortinas de humo para ocultar la fuente, es una tarea de resultado incierto. Más aun cuando existen enormes presiones políticas.
En el plano doméstico estadounidense, el gobierno de Obama cuestiona la legitimidad de la victoria de Trump pues habría contado con el respaldo de una potencia hostil. Además golpea a Putin, gobernante con el cual se aprecia un marcado deterioro de las relaciones. Trump, a su vez, quiere a toda costa rechazar el mote de que es una marioneta de Moscú, como se lo espetó Hillary Clinton en el curso de un debate.
Lo cierto es que todos los estados espían a amigos y enemigos. Washington tiene miles de agentes que buscan desentrañar e influir en lo que ocurre en Rusia. Lo novedoso, en este caso, sería que Putin arriesgue tanto a través de una intervención en los asuntos internos de Estados Unidos. Es una movida, que de haber tenido lugar, conlleva enormes riesgos, pues es una partida en que todos pueden elevar las apuestas.
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