En las verdes y brumosas montañas del sudoeste de China, a una hora de la carretera más cercana, 18 familias viven en una gigantesca caverna, una insólita demora que sus habitantes se niegan a abandonar.
PUBLICIDAD
Aunque el pueblo subterráneo de Zhongdong tiene electricidad desde hace tiempo, su único lazo con el exterior es un serpenteante camino que cruza el paisaje de la provincia de Guizhou.
Sin embargo, un cambio brutal está a punto de llegar. Un compañía de desarrollo turístico acaba de construir, por 15 millones de yuanes (2,1 millones de dólares) un teleférico que une el pueblo troglodita al valle. Su inauguración, prevista el 1 de mayo, revolucionará la vida de sus habitantes, que lo podrán utilizar de forma gratuita, según la empresa.
Ya que, por el momento, los vecinos de Zhongdong tienen que cargar la comida, los productos y los muebles comprados en la ciudad más cercana, a tres horas de la caverna.
Algunos vecinos se muestran entusiastas. Para ellos, el teleférico traerá a más turistas, interesados en este sitio pintoresco, con lo que habrá más ingresos económicos para esta provincia, una de las más pobres de China.
Otros habitantes son más críticos: «Hace 15 años, prometieron construirnos una carretera. Y luego vieron que podían ganar dinero con este sitio, y entonces no lo hicieron», se lamenta Wang Xingguo, de 22 años, mientras lleva su rebaño de cabras a un corral cerca de la monumental entrada de la cueva, de 200 metros de profundidad.
Según él, «cuando las autoridades deciden desarrollar un lugar, solo ellas se enriquecen».
PUBLICIDAD
Además, el teleférico «no es práctico» para los habitantes, considera, porque gallinas y objetos voluminosos estarán prohibidos en la cabina.
«Ganar dinero»
En la inmensa cueva, que llega a una altura de varias decenas de metros, se encuentran un conjunto de casas construidas con pequeños materiales. Al lado, un amasijo de leña, varias lavadoras, un montón de ropa secándose, verduras y otros objetos rodean una plazuela transformada en una especie de cancha de baloncesto.
La mayoría de los habitantes son de la minoría étnica Miao, que cuenta con unos 10 millones de representantes en China.
Los más ancianos casi no recuerdan el primer habitante que se instaló aquí. «Fue al menos hace varias generaciones», comentan la mayoría de ellos.
El padre de Wang Xingguo explica que su familia llegó mucho más tarde, cuando él era un bebé. Fue poco después de 1949 y la llegada al poder de los comunistas. En aquella época, la cueva estaba ocupada por bandidos, explica. Pero cuando el ejército rojo los expulsó, Wang y sus padres pudieron instalarse tranquilamente.
En los años 1990, fue el primero en abrir una casa de huéspedes. Hoy en día gana 18.000 yuanes por año (2.600 dólares) por albergar y preparar comidas para los turistas. Con el teleférico, habrá nuevos visitantes que traerán «dinero más fácilmente», augura.
Durante 10 años, el gobierno intentó que los vecinos se fueran. Pero Wang siempre se negó, pensando que iba a perder este dinero de los turistas, un importante complemento para sus ingresos procedentes del maíz y de las gallinas que vende.
Otro vecino, Wei Xiaohong, espera que las nuevas instalaciones hagan «volver a los jóvenes», desde las ciudades a donde se mudaron para buscar trabajo.
Otrora, la cueva contaba con una escuela, donde estudiaban unos 200 alumnos, que venían de los pueblos de los alrededores. Pero las autoridades la cerraron y ahora el hijo de Wei, de 12 años, tiene que desplazarse hasta un nuevo centro, a dos horas de camino.
El jefe de la compañía de desarrollo turístico, Luo, promete que el nuevo proyecto traerá vida al pueblo: las casas serán renovadas, la escuela volverá a abrir y el espacio estará más limpio. «En cinco años, habremos restaurado ciertos edificios y recreado el ambiente inicial, que traerá turismo, con los hombres que realicen los trabajos agrícolas y las mujeres las tareas domésticas».