El desconocimiento entre los norcoreanos sobre el asesinato del hermano mayor de Kim Jong-un e incluso sobre el polémico Donald Trump subrayan la estricta censura informativa que el régimen de Pyongyang aún mantiene en plena era digital.
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Mientras la novelesca trama en torno a la muerte de Kim Jong-nam o los supuestos contactos de los asesores del nuevo presidente de EE.UU. con la inteligencia rusa copaban portadas en medio mundo, en el mismo día el hermético país abre noticieros y diarios con la visita del líder supremo a una piscifactoría.
«¿Como se llama este nuevo presidente de los Estados Unidos?», preguntaba uno de los guías estatales, de apellido Baek, asignado a a acompañar a un grupo de periodistas extranjeros de visita en Corea del Norte.
Pese a vivir varios años fuera de su país para aprender idiomas, residir en Pyongyang (donde lo hacen los más privilegiados del país) y tener contacto regular con extranjeros, Baek apenas ha oído una o dos veces el nombre de Trump en medios norcoreanos, que por aparente prudencia no han valorado aún ninguna de sus actuaciones.
Por eso, no sabe nada de sus ofensivas declaraciones sobre la mujeres, de su plan de construir un muro en la frontera con México o del veto que firmó para impedir la entrada de ciudadanos procedentes de siete países musulmanes.
Así es el universo paralelo norcoreano: un agujero negro informativo que protege la ideología estalinista nacional del contagio exterior y que sobrevive en pleno auge del Internet 2.0.
Esto hace al país valedor del penúltimo puesto -el 179, solo por detrás de Eritrea- del ránking mundial sobre libertad de prensa que cada año elabora Reporteros Sin Fronteras (RSF).
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Pese a que la porosidad de este «telón de acero» ha aumentado recientemente por el tráfico de USB o DVD desde China y una mayor permisividad hacia ciertos contenidos (Disney, por ejemplo), la mayoría de norcoreanos solo accede a información exterior a través de la rendija que permite el monopolio de los medios estatales.
Desde hace décadas el país interfiere con enormes antenas colocadas en sus fronteras las emisiones radiofónicas foráneas e incluso los «smartphones» en posesión de un número cada vez mayor de ciudadanos sirven solo para navegar por la red «Kwangmyon» («Luz» en coreano), en realidad un intranet controlado por el régimen.
«En sitios como Europa o Japón es muy importante quién ocupa la Casa Blanca porque existe una relación bilateral. En nuestro caso, Estados Unidos es un enemigo con el que no mantenemos lazos diplomáticos», explica a Efe Ju Jong-hyok, director gerente de un operador turístico norcoreano.
«Nos da igual Obama o Bush o este tal Trump. Todos nos parecen igual de malos», comenta otro guía apellidado Yu, que en cambio muestra enorme interés y sorpresa cuando se le empieza a detallar el reciente caso de corrupción que ha golpeado de lleno en Corea del Sur a la presidenta del país y al gigante empresarial Samsung.
Aún más amplio es el apagón informativo en torno a Kim Jong-nam, el hermano del líder que fue asesinado el pasado 13 de febrero en Malasia y cuya existencia nunca fue notificada públicamente por los medios estatales.
Hasta el 23 de marzo, diez días después del suceso, la agencia de noticias KCNA no mencionó por primera vez el caso, y lo hizo hablando solamente de «un ciudadano de la República Popular Democrática de Corea (RPDC, nombre oficial de Corea del Norte) en posesión de un pasaporte diplomático».
Pese a que llegó a ser considerado como un relevo de su padre, Kim Jong-nam, fruto de la relación entre Kim Jong-il (que lideró el país de 1994 a 2011) y su primera concubina, siempre fue invisible para los norcoreanos, al igual que lo son la mayoría de hermanos, amantes o hijos de los líderes de la dinastía Kim.
«Cuando vivía en el Norte sabía de la existencia de Kim Jong-nam, pero solo porque mi abuelo -que era científico y viajaba al extranjero- me habló sobre los hijos de Kim Jong-il que estudiaban fuera (los cinco han acudido a colegios o universidades en Suiza o Francia)», cuenta desde Seúl Angella Kim.
Kim, que nació en Wonsan (costa oriental de Corea del Norte) y huyó del país para refugiarse en el Sur en 2008, asegura que la «gente normal» desconoce la existencia de todos estos descendientes y en general no sabe casi nada de «lo que pasa fuera del país».