Cada mes, el Libira, un conocido bar de Haifa, una ciudad israelí poblada por judíos y árabes, propone una cerveza nueva pero su última elección, una marca fabricada por palestinos, le ha costado insultos a sus propietarios.
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La propuesta de degustar botellas de Shepherds, una cerveza fabricada en Cisjordania, un territorio ocupado por Israel, ha provocado críticas feroces de los militantes de la derecha israelí.
Varias personas mostraron su disgusto en la página de Facebook del restaurante, en hebreo pero también en ruso, la lengua de una importante comunidad originaria de la antigua Unión Soviética.
«¡Bar de traidores! Aconsejo a todos que no vayan», decía uno. «Esta cerveza palestina está hecha con sangre judía», acusaba otro.
Erik Salarov, copropietario del bar que abrió hace unos años con sus amigos en el puerto de la Ciudad Vieja de Haifa, admite estar sorprendido por la avalancha de reproches.
«No hacemos política, proponemos qué beber entre amigos. Presentamos una cerveza escocesa, una cerveza de Tel Aviv y la cerveza Taybeh», la más conocida de las bebidas fermentadas palestinas.
Los que piden a boicotear el Libira son «un puñado de nacionalistas racistas que no han aceptado la idea de la coexistencia», dice Salarov.
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El 10% de los 300.000 habitantes de Haifa, la tercera ciudad de Israel, son árabes israelíes, descendientes de los palestinos que se quedaron en sus tierras tras la creación de Israel, en 1948.
Salarov asegura que esta convivencia es particularmente visible en la Ciudad Vieja, donde judíos y árabes se codean en bares y restaurantes de la zona, tanto en los comedores como en las cocinas.
Sin embargo reconoce que los militantes de derechas intentan impedir que judíos y árabes vivan juntos. «Lo hemos visto en muchos ocasiones. Pero es una minoría, son perros que ladran pero no muerden».
Según Suheil Asaad, un árabe que forma parte del consejo municipal y que fue teniente alcalde, Haifa funciona mejor que otras ciudades mixtas de Israel. Aquí, «árabes y judíos viven mezclados en casi todos los barrios».
Pero esta relativa armonía es frágil. «Hace veinte años, el número de militantes de derechas era mucho más bajo», dice, preocupado. «Cada ataque de la derecha hace resurgir la tensión entre judíos y árabes».
Pulmón cultural
Los árabes israelíes representan el 17,5% de la población israelí en un país de predominancia judía. La inmensa mayoría se declara de religión musulmana y se muestra solidaria con los palestinos de los territorios ocupados por Israel.
En muchos casos también se consideran víctimas de discriminaciones y sus relaciones con el resto de israelíes suelen ser tensas.
Haifa, conocida por sus inmensos jardines Bahaí, una minoría religiosa, es el centro neurálgico de la cultura árabe en Israel.
Cada mes, el auditorio o el centro de arte Krieger acogen conciertos de música árabe muy concurridos, mientras que varios teatros programan obras en árabe y los centros culturales organizan mesas redondas y debates.
«Casi podría pensarse que los árabes representan el 50% de los habitantes y no el 10%», considera Jaafar Farah, que dirige Moussawa, una oenegé de defensa de los árabes israelíes.
Pero estas actividades se encuentran a menudo en el punto de mira del ala más dura de la derecha.
El concierto, en un teatro de Haifa, del rapero árabe israelí Tamer Naffar fue objeto de una campaña de boicot, mientras que las subvenciones públicas al teatro Al Midan se congelaron en 2015 tras una campaña similar.
Junto a Acre, otra ciudad mixta de la costa, un poco más al norte, Haifa fue escenario de manifestaciones de la derecha que derivaron en episodios violentos contra árabes israelíes, apunta Farah.
«La extrema derecha quiere crear enfrentamientos para probar después que la coexistencia de judíos y árabes es imposible», denuncia.
Pero estos esfuerzos serán vanos, opina Leonid Lipkin, copropietario del Libira. «Resistimos. La prueba: seguimos abiertos».