Cuando una persona queda desempleada se enfrenta a distintas dificultades: cómo costear los gastos relacionados a vivienda, alimentación, salud, tiempo libre, etc., además del golpe a la autoestima profesional, personal y social.
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“Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el acceso y mantención de un trabajo tiene por finalidad mejorar la calidad de vida de los seres humanos, constituyéndose en parte de su desarrollo. Esto implica que, junto con el progreso económico, el ejercicio laboral potencia la dignidad y bienestar personal, transformándose en un derecho individual, familiar y de las comunidades”, explica la docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, Susana Arancibia.
“Desde la perspectiva psicosocial, el trabajo cumple con la función de vincular al individuo con otras personas, le otorga un rol y, junto con esto, el reconocimiento que la sociedad entera hace de ese rol, asignándole dignidad, estatus y un determinado poder. Tal como está organizada nuestra sociedad, el espacio físico del trabajo permite una continuidad en las relaciones humanas, configurándose como el lugar que propicia los procesos de identificación y pertenencia a una comunidad”, agrega la psicóloga y asistente social.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando la persona no encuentra empleo? Según la experta, cuando alguien está cesante pasa por cuatro etapas marcadas desde el punto de vista psicológico:
- Shock por el despido y escepticismo ante el hecho: Si bien el sujeto experimenta temor ante lo inestructurado de la situación de desvinculación, confía en sus capacidades y posibilidades, lo que le permite mirar con optimismo su futuro. En ocasiones, es considerado como un período temporal de vacaciones. El afectado evidencia altas expectativas e incluso se puede mostrar ilusionado frente a los posibles cambios. Algunos síntomas propios de esta etapa suelen ser ansiedad y preocupación por el futuro.
- Pesimismo y decaimiento: Aparece cuando el individuo, pese a todas las gestiones realizadas, no logra reinsertarse laboralmente. Surge con fuerza la percepción de fracaso, por lo que su motivación decae y se vuelve pesimista, rabioso y ansioso.
- La persona se reconoce a sí misma como desempleada: Entonces, el desempleado pasa a vivir la situación de cesantía como un fracaso personal. Se aísla de quienes la rodean y comienza a evidenciar síntomas depresivos, junto con la sensación de vacío y falta de sentido. Tiende a la desvalorización, tristeza, confusión e ira. Incluso el sentido del tiempo se ve alterado.
- Desesperanza: Aquí los cesantes pierden la confianza de encontrar trabajo y se resignan a su situación, por lo que la búsqueda de empleo deja de ser un objetivo en sí mismo. Se sienten fuera del mercado e incapaces frente a las generaciones que sí lo consiguen. Junto con esto, la vergüenza por el fracaso aumenta frente al desprecio e indiferencia de quienes lo rodean, generando mayor depresión y marginación.
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El rol de la familia
Claramente es triste y difícil quedarse sin trabajo, más aún cuando la cesantía se proyecta en el tiempo y producto del bajo o nulo ingreso económico se deben tomar medidas como sacar a los hijos del colegio, cambiarse de casa o pedir alojamiento a algún familiar. Todos esos hechos agravan aún más la situación psicológica que atraviesa el desempleado.
“Una situación crónica de desempleo afecta la vida de la persona en diferentes niveles. En muchos casos, la pérdida de trabajo implica un retroceso desde la perspectiva del desarrollo, en la medida que muchos adultos deben volver a depender de otros para poder subsistir, sintiéndose especialmente vulnerables. En esa situación de retorno, y cuando la estadía se alarga más de lo esperado, las familias o sostenedores perciben al desempleado como un problema en sí mismo, atribuyéndole apreciaciones negativas tales como ociosidad, descuido e incapacidad, entre otras”, advierte la docente de Trabajo Social de la UPA.
En una situación crítica de desempleo, son los familiares y los amigos los que deben apoyar a la persona que no encuentra trabajo, aminorando la presión social que de por sí existe sobre él.
«En la medida que la persona se perciba apreciada por su pareja, familia, amigos y comunidad, tendrá la oportunidad de entregar otros aspectos de sí misma a quienes la rodean, contrarrestando los efectos psicológicos que produce el desempleo. El apoyo de la familia y amigos es esencial en la afirmación de la identidad como persona integral, más allá del rol laboral. Con ello, si el sujeto es capaz de creer en sí mismo nuevamente, podrá asumir una postura más resiliente, será capaz de aprender de errores pasados y descubrir caminos inexplorados. Sin lugar a dudas, todos quienes han llegado a vivir la crisis que significa pasar por las cuatro etapas del desempleo, deben entender que al replantearse surgirá una persona distinta, valiente y mucho más empoderada”, concluye Arancibia.