Son cerca de 20 kilómetros, en su mayoría entre calles angostas y casas bajas de El Bosque, La Pintana y Puente Alto. Se trata de un servicio que se desentiende de los troncales, las grandes avenidas e ingresa al corazón de poblaciones forjadas desde los años 80 a partir de la erradicación de personas desde diferentes comunas hacia la periferia capitalina. A las 16:25, mientras el bus espera por iniciar su recorrido, un fiscalizador controla el ingreso y el pago. Se suben 10 personas. Algunas quedan con $0 en sus tarjetas, otras utilizan el viaje de emergencia, pero nadie elude el validador. “Si te haces el choro (sic) te expones a que te peguen, y sino paras te rompen la micro”, señala Juan Carlos Jimenez, encargado de llevar el bus a destino. No obstante, dice estar acostumbrado y asegura que sus jefes también lo están, razón por la que no lo regañan pese el alto porcentaje de no pago.Quien puede saltar lo hace. Otros validan una vez y soportan que el torniquete no se cierre para que ingrese el resto de la familia o amigos. Quien no logra acceder y no considera que pagar sea opción, tampoco pierde la cabeza. Se queda junto al chofer en la parte delantera. “Cuidado, no me tape el espejo retrovisor”, es la única objeción que hace quien conduce. “El pasaje es muy caro para el mal servicio que entregan: tienen mala frecuencia y los choferes a veces no paran”, aseguró a Publimetro, Lorena Valenzuela, usuaria del servicio, quien pese a validar, defiende a quien no paga.
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