El régimen norcoreano quiere cambiar su modelo turístico. De los actuales tours en grupo para visitar el «parque temático estalinista» de Pyongyang a ofrecer paquetes de sol y playa en nuevos centros vacacionales en sus costas.
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«El turismo tiene un buen efecto en la vida del pueblo. Por eso nuestro Gobierno y nuestro líder apuestan de manera firme por ello», explica convencido a Efe Han Chol-su, el vicedirector de proyecto para el desarrollo turístico de la ciudad de Wonsan, conocida como «la perla de la costa este» del país asiático.
La localidad, que está situada a unos 200 kilómetros de Pyongyang y que cuenta con bonitas playas además de lagos, cascadas y hasta una estación de esquí en los alrededores, fue declarada en 2014 Zona de Turismo Internacional, lo que permite inversiones extranjeras en esa zona.
El plan es ambicioso. Sus responsables muestran a través de un vídeo cómo se pretende que el recién remodelado aeropuerto cuente con vuelos internacionales, conectar la ciudad con líneas de tren de alta velocidad y que se construyan zonas de entretenimiento y diversos hoteles con un total de 1.900 camas.
«Buscamos la colaboración y la inversión extranjera, por ejemplo de empresas españolas que cuentan con gran experiencia en este sector, pero las sanciones económicas no nos dejan avanzar», explica Han, que no quiere especificar qué porcentaje del proyecto está ya en marcha.
Un grupo de funcionarios norcoreanos viajó recientemente a España para visitar localidades turísticas en la costa mediterránea que podrían servir de inspiración para la precaria industria turística de uno de los países más aislados y herméticos del mundo.
No hay cifras oficiales de turistas, pero se calcula que visitan Corea del Norte cada año entre 4.000 y 5.000 occidentales, la mayoría desde EE.UU., Reino Unido y Alemania.
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El surcoreano Korean Maritime Institute calcula que este volumen genera a Corea del Norte unos ingresos de entre 30 y 43 millones de dólares anuales.
«Con las actuales normativas no veo que Wonsan se pueda convertir en Benidorm (localidad turística de España). A menos que Thomas Cook o un gran turoperador empiece a volar allí y a ofrecer paquetes de sol y playa», explica a Efe, Simon Cockerell, director de Koryo Tours, una de las principales agencia especializada en viajes a Corea del Norte.
Este experto considera que el proyecto está más dirigido al turismo local, especialmente las crecientes clases medias de Pyongyang que ya se pueden permitir viajar e ir de vacaciones a la playa.
«Aunque a Corea del Norte le gustaría atraer otro tipo de turismo extranjero los visitantes occidentales buscan saborear dentro de lo que les dejen la realidad de un país desconocido y aislado, no ir a la playa», apunta Cockerell.
Actualmente, la mayor atracción para los turistas es visitar dentro de un grupo escoltado -la única manera que se puede viajar el país- la capital norcoreana, la joya de la corona de la dinastía Kim y una auténtica «Disneylandia Estalinista».
Los turistas se hacen fotos delante de las gigantescas efigies de bronce de los líderes en la colina Mansudae, visitan el Museo de la Guerra De Liberación de la Madre Patria o divisan la ciudad desde la simbólica Torre Juche, antes de encerrarse al anochecer en su aislado hotel.
Un turismo ajeno, al menos hasta ahora, a las pruebas nucleares, lanzamientos de misiles y tensiones internacionales que llenan las portadas de los medios de todo el mundo para hablar de Corea del Norte.
«Tensiones de este tipo ha habido siempre, en 2003, 2013… pero nunca han afectado al turismo. Esta vez sí. Esta crisis está teniendo un gran impacto», apunta el director de Koryo Tours en relación al último capítulo de encendidas amenazas cruzadas entre Kim Jong-un y Donald Trump.
El impacto será sin duda mucho mayor. El caso de Otto Warmbier, el estudiante de 22 años que viajó como turista a Corea del Norte y acabó en coma tras ser condenado a 15 años de prisión por sustraer un cartel de propaganda, llevó el pasado julio al Gobierno de EEUU a prohibir a sus ciudadanos visitar ese país.
«Mis amigos y familia me decían que estaba loco por viajar a Corea del Norte después de lo que había pasado», cuenta a Efe un sueco de 26 años durante su vuelo de vuelta de Pyongyang a Pekín, desde donde parten la mayoría de los viajes organizados.
El joven turista revela que quería «ver con sus propios ojos un país único, un sistema que no creo -decía- que dure mucho tiempo así» por lo que contrató junto a dos amigos un tour de cinco días (por unos 1.500 euros por persona).
«Ha merecido la pena. Son unas vacaciones que no se nos van olvidar en la vida», explica entusiasmado.