La Guerra Civil de 1891 está en pleno desarrollo. El Congreso se había rebelado al Presidente de la República, José Manuel Balmaceda, y las ramas de las Fuerzas Armadas habían tomado distintos bandos: el Ejército respaldó al Mandatario y la Armada siguió a los parlamentarios.
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Balmaceda y el Congreso habían liberado una tensa disputa por varios aspectos. El Mandatario deseaba mantener el espíritu presidencial de la Constitución y gobernar sin mayor contrapeso, al punto de designar su sucesor, como lo habían hecho sus antecesores.
En la otra vereda, los partidos políticos buscan asumir mayor peso en el conducción del país y limitar progresivamente el poder de Presidente.
Este conflicto estalló cuando el Congreso se negó a aprobar la ley de presupuesto y La Moneda optó por mantener la anterior y cerrar el Poder legislativo.
El quiebre fue insalvable y el parlamento animó la creación de una Junta Militar que asumiera el control del gobierno, denunciando que Balmaceda se había salido de la Constitución.
Los congresista se alzaron el 6 de enero de 1891. Al día siguiente, la Armada se sumó a la causa parlamentaria. Dado que el Ejército se mantuvo leal a La Moneda, el grueso de la flota partió de inmediato el norte.
En una rápida campaña, las fuerzas rebeldes tomaron el control de Tarapacá, Antofagasta y Atacama. Además, recibieron el apoyo de los dueños de las salitreras y de los sindicatos, todos contrarios a la dictadura de Balmaceda.
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Esta guerra civil tuvo dos grandes batallas, una fue la de Concón, en que se impuso el bloque rebelde, y la de Placilla.
La batalla más sangrienta
Era el 28 de agosto de 1891, hace 126 años, y el grueso del Ejército se encontraba en Placilla. En total, 9.500 hombres bien armados y muchos con experiencia ganada en la Guerra del Pacífico.
Entre los constituyentes había dudas sobre atacar el Ejército aquel día, pero la presión de vicealmirante Jorge Montt rindió sus frutos. Habría que darle el golpe de gracia a Balmaceda. A las 6 de la mañana, la Armada, con 11 mil efectivos, arremetió contras las fuerzas leales al Gobierno.
A las 10 horas, el Ejército comenzó a evidenciar graves problemas para mantener sus posiciones y las muertes y heridos comenzaron a aumentar. A las 15 horas, la batalla estaba sellada, con un saldo terrible.
En lo político, el bando constitucional triunfó y quedó con el camino abierto para tomar Santiago. Balmaceda, de hecho, se asilaría en la Embajada de Argentina, y el 19 de septiembre de 1891 se suicidaría, un día después del fin de su periodo constitucional.
Pero esta batalla no sólo tuvo el efecto de llevar a los partidarios del régimen parlamentario al poder, también se transformó en la lucha más sangrienta en la historia de Chile, donde más compatriotas perdieron la vida. “El ejército gobiernista tuvo 971 muertos y 2.422 heridos, equivalentes al 37% de sus efectivos, mientras que entre los congresistas murieron 463 soldados, 1.045 resultaron heridos y desertaron durante el combate otros 191, sumando sus bajas un 17%. Con ello el tota del muertos de ambos bandos durante la guerra llegó a la suma de 3.829 oficiales y soldados, mientras que los heridos fueron 3.388”, según la Academia de Historia Militar.
En los años siguientes, la figura de Balmaceda polarizó el ambiente político entre los que lo consideraban un dictador y quienes lo planteaban como un defensor de la autoridad del Presidente, pero “su obra adquirió un cariz distinto a mediados del siglo XX, momento en el que se comenzó a considerarlo como un precedente de las políticas económicas nacionalistas y de la lucha contra el imperialismo”, explica Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional.