Es la madrugada del viernes 4 de marzo de 2016 cuando una persona que pasa por el río Mapocho encuentra una bolsa de basura. La revisa porque sí, porque puede tener algo valioso quizás. Pero la abre y ahí aparece algo que nadie imagina: parte de dos brazos cortados. Si esto fuera un capítulo de CSI, seguramente ahora aparecerían los créditos iniciales. Pero no, es un hecho real, crudo y duro: es el inicio del «caso descuartizada».
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«Era presumiblemente un cuerpo femenino», dice a Publimetro el subprefecto Erick Lecaros Álvarez, jefe sección Huellografía del Laboratorio de Criminalística de la PDI, que este lunes cumple 82 años. «Pero no existía la certeza», comenta. Ello porque las extremidades están cortadas en áreas que no permiten su rápida identificación: parecía que un profesional del asesinato hubiese cometido el crimen porque no había huellas digitales completas o, al menos, era difícil obtenerlas.
La prensa conoce del caso y de inmediato le dedica largos segmentos a informar sobre el hecho. «Por la connotación del caso, tuvimos que trabajar rápido», reconoce Lecaros y asegura que tardaron 24 horas primero en obtener las huellas digitales de la víctima. Pero no fue suficiente, porque aún cuando tuvieron los resultados, no se había dado con la identidad. «Ahí se baraja la arista que podía responder a una persona extranjera», complementa.
La noticia la transmite la TV, que enfatiza que las uñas que se encontraron tienen un diseño muy particular. Se hace un llamado a entregar datos a la policía, si es alguien sabe algo.
Fue así como una ciudadana colombiana que se dedica a hacer la manicure a sus amigas, siente la necesidad de contar lo que sabe: cree que ese diseño lo ha dibujado ella a su amiga Giuliana Aguirre. «Ella indica reconocer ese trabajo», cuenta Lecaros y agrega que «eso permite que la policía tome contacto con la Interpol de Colombia».
«Ahí se genera un trabajo de coordinación entre la PDI de Chile y la Interpol de Colombia» dice Lecaros y agrega que tras comparar los archivos que les llegan, descubren que lo que ha contado la manicurista era verdad: la víctima es Giuliana, de entonces 21 años. Pero eso es sólo el principio: falta identificar al asesino.
«Se sospecha de su pareja», cuenta el detective pero no hay ninguna certeza que autor del crimen haya sido Edwin Mauricio Vásquez Ortíz, de entonces 25 años. En ese momento notan que en la bolsa que contenía los restos humanos hay huellas digitales, entonces las recogen. Y no sólo ahí, también las encuentran en otras partes del cuerpo.
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En 48 horas tienen lo que necesitan, pero falta aún más información. «Hoy, con el sistema procesal penal que tenemos, la evidencia es clave y debe ser infalible», afirma. El hecho que el joven no se haya presentado a trabajar el lunes lo convertía en un sospechoso para cualquiera. Pero eso no es una prueba contundente que se pueda presentar en el Tribunal. Entonces, desde la Justicia autorizan el ingreso al domicilio del muchacho, ubicado entre entre Amunátegui y Huérfanos, y ahí sí que tienen todo para inculparlo.
«Él, cuando se ve acorralado, ya no tiene otra forma de escapar que simplemente confesar el crimen», dice el detective y agrega que «eso, junto con las pruebas, son vitales». La PDI había resuelto el caso. El 9 de marzo, tres días después desde que se encontró el cuerpo, la Fiscalía Centro Norte consigue formalizar al joven y decretan su prisión preventiva.
«Son 82 años de vida del Laboratorio de Criminalística», dice el detective, orgulloso de pertenecer a esta división que celebra un nuevo aniversario. «Tenemos 17 laboratorios a nivel nacional y en ellos trabajan 275 profesionales peritos al servicio 16 áreas de investigaciones», declara.
«Lo felicito», le digo a Lecaros pero no puedo dejar pasar la oportunidad de preguntarle «¿ustedes son como los de CSI, la serie de televisión?». Se ríe tímidamente y confiesa que la ve «pero muy tarde». Tras unas breves risas agrega que «sí, hay un símil hay entre los equipos que ellos usan, pero la metodología, eso ya es parte de la ciencia ficción y escapa un poco a la realidad». Y ahí tiene razón. La realidad es mucho más dura.