El 31 de agosto de 1931 la marinería de la Armada de Chile da un golpe inédito en la historia de las ramas armadas chilenas: se subleva y toma el control de la flota. Así se da inició a la llamada sublevación de la marinería de 1931.
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El movimiento, enmarcado en un ambiente de tensión social y de demandas sindicales ante la arremetida ideológica de la revolución rusa, comenzó luego de un recorte del 30% de los salarios de los marineros, pero a poco andar, el movimiento sumó entre sus demandas, requerimientos sociales como una reforma agraria.
En la noche del 31 de agosto, la marinería de la flota en Coquimbo inicia la sublevación. Rápidamente toman los navíos y los oficiales son dejados en tierra o tomados prisioneros en sus camarotes. En las primeras horas del 1 de septiembre, 14 navíos y casi 3 mil marinos estaban alzados y constituyen el “Estado Mayor de las Tripulaciones”.
Por radiograma despachan nueve puntos a La Moneda, en que advierten que “no aceptan la dilapidación de la Hacienda producto de la incapacidad del gobierno” y advierten que “los elementos modestos no deben ser quienes sufrieran los constantes errores y falta de probidad de la clase gobernante”.
Al frente del país se encontraba el vicepresidente Manuel Trucco, pues el Mandatario Juan Esteban Montero había depositado sus poderes en su ministro del Interior, dado que estaba en campaña para la reelección.
La flota amotinada asume posiciones de combate y se prepara para un ataque de submarinos que se creía leales al Gobierno. La tensión aumenta cuando la población de Coquimbo manifiesta su abierto apoyo a los amotinados.
En el segundo día del movimiento, la inestabilidad aumenta y se suma la marinería de Talcahuano, donde las fuerza de tierra de la Armada y la flota del sur, compuesta por 15 buques, se declara amotinada. Ahí, los marineros sacan a los oficiales de los navíos y zarpan al norte.
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Ahora, las embarcaciones de guerra de Chile estaban amotinadas y no respondían a las órdenes de su alto mando, y menos a los lineamientos de La Moneda. Paralelamente, el movimiento gana fuerza y sus demandas pasan de problemas internos a la situación social del país, con requerimientos de una reforma agraria.
Ante el alcance de la sublevación, el Gobierno ordena negociar con los marinos, pero repentinamente La Moneda rompe este diálogo el 4 de septiembre y dispone el acuartelamiento y preparación de las tropas del Ejército y la Fuerza Aérea para atacar a la Armada. La Moneda, incluso, inicia contactos con Estados Unidos para que enviara una escuadra a atacar los buques chilenos.
Quiebre total
El gobierno ordena rendición total e incondicional de los amotinados. La respuesta de los marineros es en el mismo tono: el alzamiento se transformaba en “revolución social” y representantes de los obreros y del Partido Comunista ingresarían a los buques para sumarse al movimiento.
En Santiago se declara huelga general, mientras los regimientos del Ejército son trasladados a las cercanía de los puntos terrestres tomados por los amotinados. Las Fuerza Aérea estaba lista para bombardear a la flota.
El 5 de septiembre, hace 86 años, estallan los combates. Fuerzas gubernamentales asaltan el Regimiento Maipo, en Valparaíso, una unidad del Ejército, pero que se había sumado al movimiento de la marinería.
En la tarde comienza el ataque a la base naval de Talcahuano, defendida por marineros y obreros portuarios. La batalla fue cruenta y debieron participar cuatro regimientos del Ejercito. Por dos días, los alzados ofrecen resistencia. Al final, el 6 de septiembre se rinden con una cantidad de bajas que nunca es oficializada por el Gobierno.
La doloroso derrota en Talcahuano, que es seguida minuto a minuto por los sublevados en Coquimbo vía radio, golpea duramente el ánimo de los alzados. Y a las 17 horas, La Fuerza Aérea inicia un ataque a la flota amotinada.
El bombardeo solo impacta a dos embarcaciones con daños mínimos y sólo tres aviones resultan alcanzados, pero sin muertos. El alzamiento, sin embargo, había sido destruido anímicamente ante la dura arremetida de las fuerzas gubernamentales.
El 7 de septiembre, los amotinados entregan todos los buques a las autoridades y el orden institucional se recupera.
Los líderes del movimiento son sometidos a Consejos de Guerra y muchos condenados a penas de muerte, las que después son conmutadas a condenas perpetuas o relajaciones. A fines de 1932, la llamada República Socialista decreta una amnistía para todos los marineros protagonistas de la sublevación.