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¿Te perdiste “Perdona Nuestros Pecados”? Esto pasó en el capítulo de este martes 17 de octubre

Aunque no es la recta final de la telenovela dirigida por Pablo Illanes, hay mucho movimiento en Villa Ruiseñor y muy pocos calculan lo que puede pasar.

Atención: Alerta de Spoiler. 

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Hay gente que alega que el primer bloque de «Perdona Nuestros Pecados» es inútil, porque es el capítulo de ayer casi completo. Yo, en cambio, a veces lo agradezco pues no siempre llego a tiempo a la casa y eso me da un pequeño margen cuando el tránsito anda lento. De hecho, es mejor ahora, cuando la cosa no está para andársela perdiendo. Y eso fue lo que estuvo a punto de pasarme este martes en la noche. Afortunadamente tenía datos en mi celular así que, sin pudor, me puse a verla arriba de la micro. La 429, para ser más específicos. Y lo que pasó fue más o menos lo siguiente:

Todo partió porque salí tarde del trabajo. Eran las 22:50 y todavía estaba en Tobalaba esperando la micro a Quilicura, donde viven mis papás. Mi mamá me llamó para preguntarme dónde estaba y, de paso, me advirtió «hoy día va a estar buena la teleserie». Así que le hice caso y  saqué mi celular. Sentado en esos asientos que están más alto que el resto en la micro -que no son los de atrás, sino los que están antes de la puerta trasera- me metí en la historia que transcurre en Villa Ruiseñor.

Empecé a ver desde que la María Elsa (Dios la guarde en su reino porque estoy enamorado de ella) se enteró por radio que su tía Elvira fue encontraba muerta en un pozo. Iba con el Padre Reynaldo arrancando a Santiago. Pero no alcanzaron a llegar a la Capital así que se devolvieron.

Estaba viendo de lo mejor cuando, al lado mío se sentó un cabro que seguramente venía de algún partido de fútbol. Por supuesto miró mi celular y yo me urgí, así que traté de ocultarlo girando mi cel en dirección a la ventana. ¡Fail! El reflejo del vidrio evidenció que estaba repegado con la teleserie de Pablo Illanes.

Reconozco que me dio vergüenza. Pero después me dije: ¿me van a volver a ver?, así que desde ahí en adelante puse el celular con confianza en mis piernas. Quería que el mundo supiera que veo la teleserie. ¿Qué tiene de malo?

Afortunadamente la micro voló. En pocos minutos ya estábamos en el Mall Plaza Norte. Hubo gente que subió y otros menos que bajaron, como el deportista que estaba a mi lado. En su reemplazo llegó una señora que, por sus ropas, seguramente trabajaba en una tienda comercial. Al ver mi cel, me sonrió un poco con timidez y un poco con extrañeza.

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«¡Usted también la ve!», se atrevió a decir. Como la respuesta era obvia, le pregunté si acaso quería verla y le ofrecí un auricular de mis audífonos. Aceptó de inmediato y miramos la pantalla justo cuando el «Roto Corcuera» estaba desenterrando el ataúd donde yacía su hija. Corte de escena y apareció Clemencia agonizando, otra vez. Lleva como diez mil años así. «Esa vieja es más dura que la vieja Lucía», dijo mi nueva acompañante. «¿Qué vieja Lucía?», pregunté inocentemente, porque en la teleserie no hay ningún personaje con ese nombre. Me quedó mirando y en pocos segundos entendí.

Volví la vista a pantalla y Clemencia le decía a Norita que era una Quiroga más. Que había nacido en el Hospital de Chillán y que ella se encargó de criarla como hija suya. «¿Por qué no me lo dijiste antes?», inquirió Nora. Después no escuché la respuesta: se subió un cantante a la micro.

Pese a que veía que los personajes movían la boca, no escuché nada. Mi acompañante tampoco. Además, tuvo que bajarse pronto: ya estábamos en Quilicura. En esta zona la señal de internet no es muy buena, así que por cinco minutos no cargó la teleserie. No importaba. Estaba cerca de mi destino así que apenas bajé, corrí a casa.

Abrí la puerta y lo primero que escuché fue a mi mamá diciendo «¡Uh!». El «Roto Corcuera» había descubierto que en el ataúd no había cuerpo. Acto seguido, empezó a reírse mientras gritaba «está viva, está viva».

En eso, mi mamá quiso servirse un té y aprovechó de contarme que Antonieta le preguntó a Gerardo si se acostó o no con Isabel. Él le dio una respuesta muy poco certera y ella lo echó.

De pronto apareció María Elsa en la tele. Justo llegó a casa con los niños a casa de sus padres. Me hice cargo de la tetera y las tazas mientras mi mamá veía que Estela le preguntaba a un nervioso Armando qué fue lo que pasó con su hermana. Quiroga se hizo el gil.

Con dos pastillas de endulzante mi té queda perfecto. Mientras disfrutaba de su sabor vi cómo Horacio llamó por teléfono a María Elsa, que ya estaba en la casa de sus papás. Él le preguntó dónde estaba. Ella dijo que había ido a Santiago. Él cuestionó por qué y agregó «no importa». Quería convencerla que fuera a la hostería. Ella argumentó que no podía, que tenía que estar con su mamá. «´Tú también tienes que estar con tu papá», sugierió. En eso, Horacio se pegó la cachada. «¡Te fuiste con el cura!», inquirió. Justo apareció el viejo Quiroga. María Elsa colgó el teléfono. ¡Qué grande que es María Elsa!

Pero Armando no es gil. Interrogó a su hija sobre el otro padre que está investigado a Reynaldo. La esposa de Horacio, nerviosa, inventó que es por las buenas acciones del párroco. Quiroga arremetió: «¿qué tienes tú con el cura?» y ella no supo qué decir. Corte de escena.

En ese minuto me fijé en la taza de té de mi mamá. No había tomado nada. Estaba pegadísima. De pronto me distrajo de mis pensamientos alertándome: «¡mira, se vio una pechuga!». Apunté mi vista a la tele y lo corroboré: estaban mostrando a Elvira toda moreteada. Era la sala de autopsias. Y estaba el alcalde Möller con el nuevo inspector cuyo nombre no recuerdo y el doctor. Este último mencionó que la mujer fue brutalmente golpeada antes de ser asesinada. Entonces el edil alzó la voz: «sólo hay una persona que puede hacer esto» y rompió en llanto. «¿Quién puede ser?», se preguntaron todos. «¡Cómo no van a cachar que es el viejo Quiroga, oh!», alegó mi mamá. Y ahí terminó el capítulo.

«Todavía no supera a la vez en que el curita se acostó con María Elsa», reflexionó mi mamá. Dio un sorbo a su taza de té y agregó «o cuando Horacio casi los pilló». Y si lo dice ella, quién soy yo para criticarla.

 

*Las opiniones vertidas aquí no representan necesariamente el pensamiento de Publimetro

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