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Lo que no pasó en 2017: Maduro no perdió poder, sino que se atornilló en él

Contra todo pronóstico, la creación de la Asamblea Nacional Constituyente, terminó convirtiendo al año que termina, en el de la consolidación del régimen de Maduro en Venezuela

Tras cuatro años en el poder, al presidente Nicolás Maduro, se le hunde el país  en una de las peores crisis económicas y sociales de su historia por cuenta de la improvisación.

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Venezuela mostró su cara más dramática con un gobierno que profundizó el totalitarismo con un suprapoder, la Asamblea Nacional Constituyente, que borró de la república nada menos que la potestad del Parlamento, algo que el mandatario calificó como «el renacimiento del chavismo popular». Lo llame como lo llame, se abrió una nueva etapa en Venezuela, convirtiendo al año que termina, en  el año de la consolidación del madurismo en el país caribeño.

De esta manera, y contra todo pronóstico, pasamos de un régimen formalmente democrático a un período en el que se logró instaurar una Asamblea  Nacional Constituyente(ANC) tachada de antidemocrática por numerosos países, que le costaron al país sanciones internacionales y un país más aislado que nunca.

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-Inmune ante torrente de protestas-

La ya de por sí elevada temperatura política se disparó el 31 de marzo, cuando el Supremo quiso dar la puntilla a un Parlamento de mayoría opositora ya diezmado por anteriores sentencias con su decisión de atribuirse las funciones que la Constitución le reconoce a la Cámara.

La resolución del Supremo, que luego dio marcha atrás y revocó parcialmente su medida contra el Parlamento, desató la indignación en la Venezuela antichavista, y desencadenó un nuevo torrente de protestas que desafió el control de las autoridades sobre el espacio público y centró durante meses la atención del mundo.

Mientras la oposición se mantenía en las calles protestando con un inmenso respaldo, el régimen se atrincheraba con el uso de la fuerza:  Casi a diario, y en prácticamente todos los estados del país, miles, decenas de miles y a veces cientos de miles de venezolanos exigieron desde el 1 de abril el final de lo que denunciaban como un régimen dictatorial cada vez peor disfrazado de democracia.
Para evitar un contagio a sus feudos, y utilizando bombas lacrimógenas, perdigones de goma, canicas de metal y otras municiones prohibidas en el control del orden público, la Guardia Nacional y la Policía respondieron a las marchas impidiendo el paso de los manifestantes a sectores de tradición chavista.

Ante un panorama de colapso similar, muy probablemente un presidente  ya habría sido destituido o forzado a renunciar. Pero no en la Venezuela de Nicolás Maduro. O al menos no todavía, parece.  A pesar de las multitudinarias manifestaciones que dejaron en cuatro meses al menos 124 personas muertas,  el presidente  no ha sido derrocado, sino que nos encontramos con un Maduro atornillado en Miraflores, con muchas posibilidades de conseguir la reelección en 2018.

-Una oposición anulada-

Todo debería apuntar a un cambio político, sin embargo, Maduro sigue mandando, y la oposición por su lado, cada vez más debilitada, hasta el punto que prácticamente ya no tienen ninguna representación: Fortalecido con un triunfo en las elecciones de alcaldes, busca su reelección en 2018 con la vía despejada tras amenazar a los principales partidos opositores de excluirlos de las presidenciales.

Maduro subió su popularidad de 24,4% a 31,1%, según la firma Venebarómetro.  En cambio, la evaluación negativa de la MUD aumentó de 46,1% a 65,7%.

A pesar de tener las mayores reservas de petróleo del mundo, el país está al borde del default al enfrentar una deuda estimada de 150.000 millones de dólares y una crisis que empeora por la escasez de alimentos y medicinas. El país cuenta con solo 9.700 millones de dólares en reservas y debe pagar unos 8.000 millones en 2018.

 

 

 

 

 

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