La habitación de Diana Silva era la sala de urgencias de sus osos de peluche. Ahí los inyectaba y les daba recetas para que se recuperaran de sus males. Esos juguetes fueron los primeros en saber que Diana quería estudiar Medicina. Ella se enteró después, ya que su sueño era ser una gran astrónoma y descubrir nuevas estrellas.
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El sueño se cayó cuando supo que no sólo se trataba de mirar el universo. Pero nada en el mundo ha hecho que Diana baje los brazos. Durante sus doce años de colegiatura ha recibido muchos reconocimientos académicos, y en los últimos cuatro se lució: sólo obtuvo notas 7,0. El mérito le valió un premio del Colegio de Rectores y el ponderado de 797 puntos en la PSU.
¿Cómo lo hizo?
Aprenderse las tablas de multiplicar es para muchos un recuerdo doloroso, pero para Diana no. Y la verdad es que su secreto no es nada del otro mundo.
Su clave es la organización, «para lograr cualquier cosa uno se lo tiene que proponer, pero primero te tienes que organizar o sino no sirve de nada», dice la ariqueña.
Cuando tiene varias pruebas la misma semana las escribe para priorizar las materias que estudiará y asegura no poder estudiar un día antes porque sus hábitos de estudio no lo permiten.
También los profesores del colegio Octavio Palma Pérez dejaron una gran huella. «Valoro a casi todos mis profes. Si nombrara uno sería dejar de lado a otros que considero especiales. Todos hacen su trabajo». Por ejemplo, su profesora jefe, Sissi Parada, se preocupaba de que el curso A se mereciera ese apellido y buscaba siempre que fueran el mejor.
Estas enseñanzas y su organización le dejaron como legado el puntaje regional y su promedio 7,0, que equivale a un ranking de 850 puntos en la PSU.
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De los peluches a la realidad
Diana se declara «terriblemente científica», le apasionan la biología y las matemáticas más que cualquier otra materia. Este camino la llevó a descubrir su vocación, «a parte que me gusta atender a la gente. Mi familia dice que tengo corazón para eso».
Estudiar en la capital es otro de los objetivos de la ariqueña, que sueña con estudiar Medicina en la Universidad de Chile. Diana, un poco asustada dice estar «rogando a Dios» para que no suba el puntaje de corte.
El cariño por su familia es tan grande que su mamá la acompañará en esta travesía de 21 kilómetros y se quedará con ella los ocho años de carrera. Este apoyo ha sido fundamental para sus éxitos, sobre todo el de su abuelita y su tío. Todos en la casa se preocuparon del estudio de Diana, y ahora orgullosos ven sus frutos.
Una adolescente normal, pero con superpoderes
Sus amigos creen que pasa todo el día estudiando, pero no es así. Asegura no ser un «bicho raro» ni entrar en el
estereotipo de la niña estudiosa. Por la misma razón sus compañeros nunca le dieron un apodo, ni bueno ni malo. «Las niñas que tenemos buenas notas somos super tachadas de ñoñas. Soy tranquila y eso, pero no soy fanática. También me doy mi tiempo para ser adolescente». Y ciertamente Diana sí es una adolescente normal: se conecta a las redes sociales, le apasiona dibujar la naturaleza y tocar guitarra.
A pesar de que lenguaje nunca fue lo que más le gustó, lo que sí disfruta son los libros juveniles de fantasía. Le hacen volar la imaginación y sumergirse en otros mundos que el colegio nunca le mostró. «Me vuelo con esos libros, mi autora favorita es Laini Taylor», dice la futura médico, que pasa todo el día leyendo.
Sobre el amor, Diana tiene una postura firme: todavía no es su momento. «Creo que no puedo tener la capacidad de algunas personas para tener pololo y estudiar. No puedo tener cabeza para las dos cosas», sin embargo no cierra la puerta a tener un romance más adelante.
Pero a falta de ese amor, encontró otra de sus pasiones en el Liceo. Antes del Curso de jóvenes programadores de la Dibam Diana pensaba que la programación era para sólo para ingenieros, pero se equivocó. «La programación es como un segundo lenguaje y estoy más que segura que más adelante todo será a máquina», reflexionó la ariqueña.
¿Tenemos esperanza?
Después de personajes como estos queda esta gran pregunta para quienes rindieron la PSU y no les fue como esperaban. «Si el resultado no les satisface, tómense un año para perfeccionarse y tener el puntaje que quieren. Son muy jóvenes, un año no es nada», dice Diana. Además asegura que es un proceso largo que comienza en primero medio, y recomienda a los estudiantes nunca, pero nunca, valerse de un preuniversitario.