Era 1987 y Juan Pablo II financiaba su llegada al país con una campaña muy parecida a la de Francisco: Santo Padre, yo lo invito. Pero esto es lo único similar que tienen ambos líderes, ya que incluso los lugares en que presentan serán muy distintos.
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En los últimos 30 años el sueldo mínimo se ha incrementado en $264.665. Se han expuesto casos de abuso como el de Fernando Karadima. Se han subido a la palestra nacional temas como la identidad de género, el aborto y el matrimonio igualitario. Aumentó la población en seis millones de habitantes. Incluso el Gobierno pasó de una dictadura militar a una república democrática. Y la verdad es que el Chile que recibió a Karol Józef Wojtyła no se parece en nada al que pisará este lunes Jorge Mario Bergoglio.
«La patria ha cambiado porque su gente ha cambiado, se ha vuelto más materialista, menos solidaria», sentencia el párroco Manuel Carmona, líder de la Parroquia María Reina de la Paz de la comuna de Cerro Navia. Si el censo de 1992 decía que el 76% de los chilenos se consideraba católico, el año pasado la encuesta Bicentenario decaía la cifra en 59%. Esta caída en picada el padre la atribuye a diversos factores, pero sobre todo al momento social político que pasaba Chile a la espera del Papa polaco.
«Había una expectativa enorme por parte de las personas de que el Papa pudiese ayudar a nuestro país a salir de la dictadura y entrar en lo que quería: la democracia», dice el Padre. Y ciertamente su visita no sólo fue la primera vez que un Papa se alojaba en suelo chileno, sino que además fue la primera vez desde 1973 en que la población podía repletar las calles de una manera autorizada por el régimen.
Manuel recuerda con nostalgia que»Chile vivía un anhelo de que el Papa ayudara y se le esperaba con mucho cariño y fue un fenómeno social inmenso, las expectativas eran muy altas». Que en cada evento de los seis días en que Wojtyła recorrió Antofagasta, La Serena, Valparaíso, Santiago, Concepción, Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas rebosara de gente le da la razón al párroco.
La esperanza iba cada vez más allá. Una carta firmada por presos políticos de La Serena fue enviada ese año a la comisión Diocesana para ser entregada a Juan Pablo II. «Que un día la libertad vuelva, tengamos la paz espiritual y mental necesaria para actuar sin revanchismos y con plena consciencia y afán de justicia frente a quienes nos han torturado o han asesinado a nuestros hermanos», decía la misiva que quizás llegó a manos del jefe del Vaticano.
El Papa de los pobres
El argentino no ha estado lejos de escándalos debido a sus medidas, incluso obispos de su misma Iglesia lo han denunciado por querer abrirse hacia feligreses divorciados. Pero nada lo detiene y Jorge Mario Bergoglio llega dos meses antes de que la presidenta Michele Bachelet, que se declara agnóstica, deje el cargo. Como ella el 22% del país se declara sin religión.
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«No existe la expectativa de la venida del Papa ¿Qué me aporta a mí el Papa? Hay una mirada sesgada sobre esto y es porque el país está en otra condición social y económica», dice Manuel Carmona, que concluye que el problema puede estar en la pérdida de la imagen de una Iglesia comprometida con los pobres.
La tecnología está a tan flor de piel que la Iglesia le ha sacado el jugo creando aplicaciones, videos, memes y todo lo que llame la atención en redes sociales. Sin embargo lo más complicado para el primer Papa latinoamericano será romper la desconfianza a la Iglesia Católica, que es la más alta de América Latina con un 73%. El país recibe a una Iglesia derrotada en cuanto a jóvenes que escogen el ministerio sacerdotal y que no ha logrado disminuir el ateísmo, sino que casi se ha duplicado en los últimos 10 años.