El puesto ocho del ciber era su favorito.
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Frente a una computadora de carcasas negras, se sentaba cada día a transcribir textos, alistar presentaciones con diapositivas, editar videos para sus clientes o revisar su cuenta de Facebook.
Siempre encaraba hacia la pared, concentrado con la cabeza gacha, hasta el punto de aislarse por completo del bullicio que le rodeaba. A su lado colocaba una bolsa de caramelos de leche, chupetas de sabores varios, galletas o globos multicolores.
Las golosinas y confites no eran para él.
Los reservaba para los niños que frecuentaban entre 2008 y 2009 aquel local de fotocopias, servicios detallados de internet y elaboración de trabajos universitarios, aún ubicado en la avenida Libertador de Maracaibo, en el occidente de Venezuela, frente a una cancha de baloncesto y entre calles atestadas de comerciantes.
Sus edades oscilaban entre los siete y los 12 años. Los sentaba en su regazo o entre las piernas para mostrarles videojuegos en línea o abrirles cuentas en alguna red social con las cuales podían comunicarse luego.
Deixi Tapia, una mujer morena, simpática, entrada a sus cincuenta años y dueña del ciber Vasedeca, tiene la piel de gallina mientras recuerda esas escenas —que siempre le parecieron atípicas—, sentada en una silla de espaldar rígido en su negocio al mediodía del último día de enero.