Cuando Timi Pepple llegó a Reino Unido desde Nigeria y se quedó sin dinero al cabo de unas semanas, pensó que nadie mejor que un compatriota para salir en su auxilio.
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"Estaba viviendo en la calle, desesperado, y en una peluquería del sur de Londres me dijeron que había unas mujeres nigerianas. Fui, les conté y enseguida se ofrecieron a ayudarme", cuenta Pepple.
El plan se armó en días: había trabajo en Aberdeen, en el norte de Escocia, en la casa de un hombre que conocían. Le ayudaron con el billete de tren y allí marchó.
"Poco me imaginaba yo que ese viaje sería el principio de mi tragedia", dice el hombre, pelo cortado al ras cubierto con una gorra de béisbol, preocupado porque no le reconozcan el rostro ni la voz.
Pepple, de 28 años, llegó a una casa sobrepoblada con otros jóvenes que, como él, trabajaban para "el jefe". "El jefe", así se lo presentaron, y a él tuvo que entregarle sus documentos.
Le tocó dormir en el piso. De día, limpiar la casa. Luego, y hasta la madrugada, vender golosinas y desodorante en el baño de hombres de un club nocturno.
"El jefe venía al final y se llevaba todas las monedas que nos hubieran dado los clientes, de a una libra o dos. Vender paletas y perfume, así era el negocio".
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"Y después limpiar los baños, cuando alguien vomitaba era lo peor", dice Pepple, que después de dos intentos logró escapar de las garras de ese "cartel nigeriano todopoderoso", como lo llama, que ahora está bajo investigación policial.