Una lluvia de bombas destruye y resuena en Guta Oriental desde hace más de una semana.
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Niños, ancianos, mujeres y hombres heridos, padres desolados con cadáveres brazos, cuerpos amontonados en bolsas ensangrentadas, escombros y desolación por doquier.
Son las imágenes que se multiplican en lo que queda del suburbio controlado por opositores en las afueras de Damasco, la capital de Siria, tras el ataque aéreo de las fuerzas leales a Bashar al Asad.
Las escenas de la última semana forman parte de una ofensiva que iniciaron las tropas del gobernante sirio a principios de este año para retomar el control de la zona, en medio del conflicto interno que ya alcanza su séptimo año.
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El saldo de los bombardeos ya supera los 500 muertos, según estimaciones del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, y Naciones Unidas ha calificado el caos que que tiene lugar allí como "un infierno en la Tierra".
El Consejo de Seguridad de la ONU, de hecho, solicitó el domingo la creación de un corredor humanitario para socorrer a las víctimas y el presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó este lunes que se respetara una tregua de cinco horas diarias con estos fines.
Pero más allá de los bombardeos y el canal para auxiliar a las víctimas, lo que sucede en estos momentos en Guta Oriental ha resonado en la memoria de algunos por un dos hechos similares: las tormentas de bombas que cayeron hace dos años sobre Alepo y, hace casi dos décadas, sobre la capital de Chechenia, Gronzi.