La Real Academia de la Lengua Española (RAE) define el término «inclusión» como «la acción y efecto de incluir». Darle vida a esas palabras es clave para el Estado de Chile, no sólo considerando que este 1 de abril comienza a regir la nueva Ley de Inclusión Laboral, sino también porque en septiembre pasado se elaboró la «Agenda 2030» propuesta por Naciones Unidas, que planteó 17 objetivos a conseguir de aquí a esa fecha.
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De esa lista de metas, la número cuatro es «garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos». Sobre esa base es válido preguntarse, ¿qué tan inclusivos son los niños?
Para Ariel Segovia, sicólogo del Centro de Innovación en Tecnologías de la Información para Aplicaciones Sociales (Citiaps) de la Universidad de Santiago, los «locos bajitos» tienden a adoptar conductas inclusivas con más facilidad, sobre todo por la etapa de formación en la que se encuentran.
«Tomando la inclusión como la capacidad de acoger a sus pares independiente de las diferencias físicas, étnicas, sexuales, entre otras, los niños tienden a facilitar ese proceso. Ellos pueden incorporar más fácilmente estas diferencias en comparación a los adultos», sostiene el académico.
Cómo ayuda la inmigración
Según las últimas estimaciones del Departamento de Extranjería y Migración (DEM), en Chile hay cerca de 600 mil personas que vienen desde fuera de nuestras fronteras. Pese a que estas cifras serán recién confirmadas a mediados de abril, cuando se entreguen los resultados del Censo 2017, los especialistas indican que ese número se quedará corto.
En este escenario, el profesor Segovia sostiene que el contacto entre los niños chilenos con otros extranjeros ofrecen una buena esperanza considerando los objetivos a largo plazo del Estado.
«Hace 20 años empezó la llegada de peruanos, argentinos bolivianos y, en este último tiempo, de haitianos. Ahora es más común que los niños chilenos tengan compañeros de esas nacionalidades en los colegios. En los colegios hay un ambiente intercultural», precisa el especialista quien ve con buenos ojos tal situación.
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Contraste de información
En el contexto actual, es muy probable que los niños reciban varios estímulos incluso contradictorios: pueden hacerse amigo de un compañero extranjero, homosexual o con discapacidad pero en casa, sus padres podrían tener una opinión negativa de ellos. ¿Qué tanto les afecta esto en su formación?
«En la primera infancia los niños son más como una esponja y van absorbiendo toda la información que está dentro de su medio. Pero ya cuando van creciendo también van contrastando la información que se les entrega en la familia», responde el profesor.
De hecho, la esperanza está puesta en el acceso a la información. «Ahí pueden poner en cuestionamiento la opinión que tienen los papás respecto a, por ejemplo, las parejas del mismo sexo. Ya en la adolescencia, los jóvenes van creando su propia opinión y muchas veces, el acceso a la información permite crear un juicio que hasta confronte a la de los padres», sentencia Segovia.