En una bulliciosa estación del tren subterráneo de Nueva York, Wuilly Arteaga saca su violín de un estuche marrón y empieza a tocar cerca del andén. Un bailarín se mueve al ritmo de su música mientras varias personas se detienen para verlos y filmarlos con sus teléfonos celulares. De repente alguien reconoce al violinista: “¡Hermano!”, le grita un venezolano. Y es que el músico es la cara de las protestas del año pasado contra el gobierno de Nicolás Maduro.
PUBLICIDAD
El violinista, de 24 años, tocó varias veces su instrumento frente a decenas de agentes de la policía en Caracas captando la atención de los venezolanos y los medios de comunicación. Ahora ha pasado de huir del gas lacrimógeno en su país de origen a distraer a los neoyorquinos con su violín en los trenes, parques, bares y discotecas de la ciudad.
Arteaga sueña con regresar a Venezuela algún día, pero asegura que de momento es demasiado peligroso.
“El hecho de que ya sólo por tocar el violín en contra del gobierno haya sido lastimado tanto, haya sido torturado, haya sido llevado a la cárcel, ya eso para mí es una experiencia que no quisiera que se repita”, dijo Arteaga en el pequeño y vacío apartamento en el que vive en Manhattan. “El estar aquí, el sentirme seguro, aumenta mi temor a regresar a Venezuela”.
El músico camina las frías calles de Nueva York con su violín, al que llama May, y un gran altavoz con ruedas. Algunos días visita un estudio de música donde compone canciones para un álbum pop que sueña con lanzar.
Su compañía: la música
A menudo se lo ve absorbido en su teléfono celular, chateando con amigos, llamando a la novia que dejó en Venezuela o aceptando un trabajo para tocar esa noche en una discoteca latina de Queens o Long Island.
“Lo que más me impresiona de la ciudad es que todo el mundo es libre, todos son auténticos y nadie está criticando la personalidad de los demás, indiferentemente del país del que vengas o de la raza que tengas. Aquí en Nueva York todos son muy abiertos a la libertad de los demás”, dijo Arteaga justo antes de admitir que, a pesar de eso, a menudo se siente solo.
PUBLICIDAD
Su música, aseguró, es su mejor acompañante: lo hace olvidar la soledad y los “momentos tormentosos” de 2017.
Arteaga se hizo conocido al tocar tristes versiones del himno venezolano durante las protestas del año pasado y porque en un enfrentamiento con policías lo tiraron al suelo, le rompieron el violín y lo encarcelaron. En la cárcel, dijo Arteaga, fue golpeado y torturado.
El violinista llegó a Manhattan en septiembre tras recibir una invitación de la Human Rights Foundation para tocar y hablar sobre Venezuela en un foro. Debido a las amenazas que recibió por teléfono y en las redes sociales, dijo, decidió quedarse en Nueva York.
Arteaga planea tomar clases de inglés y ha solicitado a través de un abogado una visa que se concede a artistas, atletas o personas con habilidades en ciencias o negocios.
Sin olvidar Venezuela
Venezuela se encuentra inmerso en una profunda crisis económica y política y Maduro ha sido criticado por tácticas consideradas por algunos como dictatoriales.
A pesar de que componer y tocar es la principal prioridad de Arteaga, aún habla sobre Venezuela en foros y eventos organizados en Nueva York y Washington a los que es invitado.
“La idea mía es llenar de música el grito de la humanidad por la libertad y por el bienestar de todos”, explicó. “Yo voy a seguir con la labor que tengo, con el compromiso que tengo de darle a voz a todas esas personas que quieren vivir mejor, que quieren un mundo mejor. Y no tengo una mejor cosa que hacer que tocar el violín, ya que es un lenguaje universal”.
Con más de diez mil seguidores, Arteaga cuelga fotos en Instagram junto a su violín, videos musicales que él mismo edita y alguna actuación que lo muestra tocando en una discoteca. A pesar de que en muchas fotos sonríe, bajo otras escribe mensajes melancólicos.
“Hoy amanezco muy triste”, dice una de sus últimas publicaciones. “Recordando cómo era mi vida antes de que en Venezuela me destruyeran parte de ella”.
Oriundo de la ciudad costera de Valencia, en el estado central de Carabobo, estudió música durante dos años en el reconocido Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela y luego completó su formación por su cuenta.
Más de cuatro años atrás abandonó su ciudad natal y se mudó a la capital venezolana, donde comenzó a tocar en las calles y en locales comerciales para mantenerse. Había noches, recordó, que dormía en la calle o en casas de gente que le ofrecía un techo temporal.
En Nueva York, mientras algunos los abrazan al reconocerlo, otros lo insultan, dijo el músico.
“Venezuela es un país con aun muchísimos problemas, un país que está en un momento muy oscuro” señaló. “Muchos nos hemos visto obligados a salir del país, pero eso no significa que nos hemos olvidado de Venezuela o que no sigamos trabajando a favor de bienestar de los venezolanos”.