"Paraguay no es un país subdesarrollado, es un país en vías de extinción", me dijo Miguel Ángel Gómez, un albañil que tomaba tereré con su hermano Pablo en una apacible mañana de domingo en Asunción.
PUBLICIDAD
Yo venía de preguntarle, quizá con algo de ironía, cómo era posible que se fuera la luz en pleno centro de la capital en un país que cuenta con dos de las generadoras de energía más grandes del mundo.
"Es lo que pasa cuando vienes a Paraguay", insistían.
Los hermanos Gómez, hospitalarios como tantos guaraníes, me invitaron a beber de ese té de hierbas que acá consumen como si fuera una medicina para la vida, un antídoto para el infortunio.
Hablamos de la pobreza, la desigualdad y la exclusión que azotan a este país desde su independencia, hace dos siglos.
Pero, como a muchos de los paraguayos con los que he hablado, ningún tema les preocupaba tanto como la ilegalidad.
"Somos un hoyo negro", dijo Miguel Ángel, en una frase —y una actitud— que se repite en cada una de las entrevistas que hago. Con periodistas, historiadores, políticos, ciudadanos.