El líder norcoreano Kim Jong-un es toda una caja de sorpresas. Tal y como su par estadounidense, la espontaneidad a la hora de ejercer la política exterior hace temblar al mundo ante el gran desconcierto de nunca saber lo que va a hacer o decir, manteniendo al resto de las potencias en vilo.
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Como si de un impostor se tratara, la política de Kim parece haber dado un giro de 180 grados, hasta encontrarnos en un contexto actual de puras buenas intenciones, un escenario que nunca hubiéramos imaginado. Pasamos de una concatenación de pruebas de misiles y detonaciones atómicas que incluyeron una bomba nuclear, a una seguidilla de gestos históricos, como la participación norcoreana en los Juegos de Invierno y la apertura al diálogo con Corea del Sur y con el mismo Donald Trump.
El fin de las pruebas de armamento resulta sorprendente por cuanto Corea del Norte lo ha adoptado de modo voluntario. Un gesto de Kim Jong-un para garantizar el buen desarrollo de su cumbre este viernes con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, y de finales de mayo o principios de junio con Trump.
No deja de sorprender el cambio de tono, si en agosto el líder norcoreano amenazaba con atacar la isla estadounidense de Guam, y desde entonces aún completaba su prueba nuclear más potente de la Historia y otra de un misil intercontinental, el 1 de enero, en su discurso de Año Nuevo, se mostraba inesperadamente conciliador.
La participación norcoreana en los Juegos de Invierno causó estupefacción, pero sobre todo por la visita de Kim Yo-jong, la hermana de Kim a Corea del Sur, dado que la última vez que un miembro de la familia Kim traspasó el paralelo 38 fue en 1950, cuando el fundador del régimen comunista entró con su ejército para invadir y anexionar el sur de la Península.
El régimen siempre escondió a las mujeres, y ahora Kim Jong-un ha decidido otorgar un estatus más alto a su esposa, Ri Sol-ju, y nombrarla «primera dama», un hecho inédito para una cultura profundamente patriarcal basada en la figura de un gobernante absoluto de sexo masculino. Este título fue utilizado por última vez en 1974 para referirse a la segunda esposa del Kim Il-sung, Kim Song Ae. Los expertos creen que el líder norcoreano decidió otorgar este título a su esposa a modo de estrategia previa a las reuniones con el presidente de Corea del Sur.
La participación de Norcorea en los Juegos de Invierno sirvió de catalizador a un proceso de deshielo que ha ido avanzando desde entonces a pasos agigantados, de tal forma que comienza a hablarse de la posibilidad de un tratado que ponga fin formalmente a la guerra de Corea, hasta ahora detenida solamente por un armisticio.
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De esta forma, Pyongyang, que en 2017 llevó a cabo su ensayo nuclear más potente hasta la fecha, y lanzó misiles capaces de alcanzar el territorio estadounidense, defendió durante años la necesidad de tener el arma atómica para protegerse ante una invasión estadounidense. Pero el régimen norcoreano aceptó últimamente negociar sobre esta cuestión a cambio de garantías para su seguridad y Kim anunció el pasado sábado 21 de abril que Corea del Norte deja de hacer pruebas nucleares y de misiles balísticos.
Siguiendo la estela de la armonía, y si todo sale bien en la Cumbre de las Coreas que se celebró ayer, el líder norcoreano Kim Jong un, envió una invitación al presidente de Estados Unidos Donald Trump, para reunirse en una fecha por confirmar. La reunión será la primera de su tipo entre un líder de Corea del Norte y un presidente de Estados Unidos. Los dos países han estado en un estado formal en conflicto desde la Guerra de Corea en la década de 1950.
Así, el «pequeño hombre cohete» y el magnate «viejo» y «loco» podrían dar una salida pacífica al conflicto entre las dos potencias, tras meses de palabras cruzadas y ensayos balísticos. Con todo este alarde de cordialidad todo hace pensar que, una de dos: o nos cambiaron a Kim o busca con estos gestos el Nobel de la Paz. ¿Cuánto durará esta nueva faceta del mandatario? Son más las sospechas que las certezas.