No sé usted, pero yo soy de esas personas que cuando algo duele mucho, prefieren bloquearlo y vamos pa’ adelante. No digo que esté bien, de hecho, los especialistas advierten que a largo plazo hace mal, pero es mi manera de seguir avanzando. Así ha sido con mis pérdidas familiares, amorosas y, cómo no, futbolísticas, y es lo que vengo haciendo desde el 10 de octubre del año pasado, cuando Brasil nos dio un baile y nos dejó fuera de un Mundial que no teníamos por dónde perdernos.
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Desde esa noche padezco una depresión futbolera, la misma que, por conversaciones que he tenido entre trago y trago, sufren también familiares, amigos, colegas y quizá el que me esté leyendo. Dicen que las penas del fútbol se pasan con fútbol, pero los amistosos de la Roja, con suerte, me han servido para disfrutar de una parrilla cuando he tenido día libre, el campeonato nacional lo encuentro cada vez más fome y los jugadores chilenos en el extranjero parece que están viviendo el mismo estado depresivo que yo, porque se fueron a pique en sus clubes después de la no clasificación a Rusia 2018.
Intenté no pescar mucho todo lo relacionado con la Copa del Mundo, pero obviamente, por mi trabajo, en algún momento se me iba a venir la información encima. No lo niego, sentí rabia cuando supe que Pizzi estaría y nosotros no. Sé que es su pega, pero a veces hay que cuidar las formas, sobre todo teniendo en cuenta que se fue de Chile por la ventana, con una carta lamentable, que explicó poco y nada por qué bajo su mando la Generación Dorada se farreó la última oportunidad de darles pelea a los mejores, ya sin la presión de tener que ganar algo.
Cada nómina de los otros países ha sido una puñalada, he tenido que revisar una por una las 32 y creo que, por lo bajo, tres cuartas partes de las selecciones tienen peores planteles que el nuestro. Incluso, en Sudamérica, sólo las tres potencias históricas -Brasil, Argentina y Uruguay- están por encima y todavía no entiendo cómo Perú pudo quitarnos el cupo con los futbolistas que tiene, sin restarle méritos al equipo, que consiguió el suyo con justicia. Pero su figura juega en el Flamengo, eso lo dice todo.
Y acá, mientras tanto, seguimos empantanados en una lucha de poder entre el presidente, el director técnico y el capitán, al mismo tiempo que nuestra figura manda mensajes con doble sentido por la prensa o las redes sociales. Gracias por tantas alegrías, pero, por favor, agarren el teléfono de una vez por todas y solucionen sus problemas, porque están contaminando un proceso y a un grupo de jóvenes que no tiene la culpa.
Ya bastante cara nos costó la soberbia reconocida por los mismos seleccionados, ésa que nos tiene agachando el moño ante las burlas de nuestros vecinos que están de fiesta. Una a la que también estábamos invitados, pero se nos fue la mano con las copas en el pre, apagamos tele y ahora tendremos que prenderla para ver a los otros disfrutar de ella.