“Fuimos llamados de la noche a la mañana. Un día jueves recibimos un sobre de papel romeo con el membrete del Ejército que decía: ‘preséntese el sábado en el regimiento Chacabuco’, y el lunes partimos en camiones militares por varios meses de adiestramiento”.
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Es el relato de Ricardo Avello Ávila, entonces un incipiente estudiante de Economía en Concepción, que de la noche a la mañana pasó a formar parte de un particular pelotón de soldados que debían prepararse para una guerra.
Era las postrimerías de 1978 y las tensiones entre Chile y Argentina se hacían cada vez más fuertes: el Ejército y el Gobierno se alistaba para enfrentar una invasión argentina que parecía inevitable por el conflicto del Beagle.
“En los círculos civiles, el ambiente de guerra no existía. Yo recién había ingresado a Economía, veníamos de la clase acomodada de Concepción y no teníamos mayor contacto con el mundo militar. No se percibía el ambiente de guerra”, recuerda Ricardo Avello 40 años después, al presentar su novela autobiográfica “Soldados de una guerra que no fue: Chile-Argentina”, de Legatum Editores especializados en libros históricos.
El autor cuenta algo real: ingresó a los 18 años al Curso Especial de Estudiantes en el Regimiento de Infantería N° 6 “Chacabuco” con asiento en Concepción y estuvo destinado al paso fronterizo de Los Barros en la Cordillera de Antuco.
“Se ha escrito muy poco de la época y muy poco a nada de los civiles que fuimos enrolados”, sostiene el economista.
El libro de casi 500 páginas habla de una disciplina cuyo foco era preparar soldados para el combate. “En esa época el desbalance militar en contra de Chile era extraordinariamente peligroso. Estamos hablando de 140 mil hombres en armas contra 30 mil”, enfatiza Avello.
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“Nuestro armamento era antiguo y las municiones de que disponíamos eran pocas, pero teníamos algo que el enemigo temía y mucho, una decisión absoluta de que o vencíamos o moríamos enterrados en las trincheras”.
Avello revela que adquirir esta mística no fue gratis, pues “nos prepararon para una guerra y sufrimos los rigores de ese tipo de entrenamiento”.
“Fuimos llamados a las armas en nuestro mejores años para defender el país –concluye el autor-, sin despertar la preocupación de la población civil de la época, para después en el mas absoluto olvido, volver con nuestras familias y retomar los estudios con el solo orgullo de haber cumplido con la patria cuando esta nos necesitó. Un camarada de aquella época compartiendo un café, me digo: ni las gracias nos dieron”.