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A 45 años: el golpe de Estado a través de los ojos de migrantes

Conversamos con cinco migrantes en el país, procedentes de Venezuela, Perú, Colombia, España y Portugal sobre cómo ven, a través del Chile de hoy, el golpe de Estado de Pinochet, cuando se cumplen 45 años del acontecimiento.

(Uncredited/AP)

Entre tantos golpes de estado que han tenido lugar en Latinoamérica, el de 1973 en Chile  marcó una impronta trascendental, no sólo en las generaciones que lo vivieron y en las actuales herederas, sino que también en la memoria histórica global.

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Tal y como sostiene el Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, en  un relato titulado: “Chile, el golpe y los gringos: Crónica de una tragedia organizada”: “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, y se quedó en nuestras vidas para siempre”.

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Desde esa perspectiva, y cuando se cumplen 45 años del suceso, quisimos mostrar a través de los ojos de migrantes de varias nacionalidades, cómo ven  el golpe de Estado a través del Chile de hoy.  A pesar de las diferencias en las impresiones de estos cinco migrantes con los que conversamos, procedentes de  Venezuela, Perú, Colombia, España y Portugal, podemos constatar que el episodio no dejó indiferente a nadie y demuestra a su vez, la polarización, política, social y cultural que todavía existe con respecto al tema.

Cinco migrantes en Chile nos dieron su visión del golpe de Estado. Gentileza
golpe de estado (Anonymous/AP)

“No comparto para nada el golpe, ni lo ligo con nada positivo, creo que fue algo que le hizo muchísimo daño al país, hubo muchas violaciones a los derechos humanos, torturas y víctimas inocentes: un episodio nefasto para el país”, declara Diana Leal, periodista colombiana.

En esa misma línea Ángela Moreno, abogada española de la Universidad Central sostiene que “fue un duro golpe para la democracia en Chile, que es algo de lo que todavía queda una especie de trauma en la sociedad, no se ha logrado superar el hecho de haber vivido bajo dictadura militar”.

“Es terrible lo que pasó ese año, con el ataque  armado a una institución del estado y de representación de gobierno, una manera terrible de ganar el poder,  por encima de la legalidad, la ética, todo…Es ganar el poder por la fuerza y creo que poca gente puede sentirse de acuerdo con eso”, alega por su parte Ana Figueiredo, investigadora portuguesa del Centro de Investigación en Sociedad y Salud de la Universidad Mayor.

Sin embargo para Ana Silva, maestra venezolana “durante el gobierno de Allende estaban sucediendo muchísimas cosas malas, algo más o menos como  lo que sucedió con Chávez en Venezuela, un gobierno populista durante el cual empezaron a escasear los productos, y la gente tenía que hacer muchas filas para adquirir lo básico…lo que fuera,  y vino este Pinochet y dio el golpe, entonces me parece que en su momento no fue malo porque el país se pudo recuperar después. Pero también sucede lo de siempre, que cuando una persona concentra demasiado poder se dan los abusos”.

Rafael Pastor, director peruano de la escuela de Derecho de la Universidad Central, afirma:  “reconozco que entiendo el por qué del gobierno militar, de la dictadura y del golpe. Evidentemente no justifico para nada las violaciones  a los derechos humanos, que fueron y son inaceptables. Creo que refleja la descomposición sistemática del sistema político. Es una realidad muy compleja y el gobierno militar respondió a eso y tuvo aciertos pero la forma contamina las cosas positivas que pudo tener el gobierno militar”.

Cuando preguntamos sobre la perspectiva que tienen sobre la figura de Allende, Rafael Pastor opina que “era un político de los tradicionales antiguos, con una vocación de poder clara, una persona demócrata. En ese sentido era coherente y por eso se quitó la vida, un final trágico, pero único. Un político que frente a la inminencia de la derrota, o la arbitrariedad del golpe, hace su discurso y se pega un tiro en la cabeza”. 

Soldados y bomberos portan el cuerpo del presidente Salvador Allende, envuelto en un poncho boliviano, del destruido palacio presidencial La Moneda después del golpe del 11 de septiembre de 1973 encabezado por el general Augusto Pinochet que puso fin al (Anonymous/AP)

 

“Yo pienso en un proyecto político, de beneficios sociales, de tentativas de generar una sociedad distinta, buscando más igualdad, o por lo menos de combatir la desigualdad que existía en ese tiempo”, piensa Ana Figueiredo.

A partir de 1973, con el golpe de estado que instaura la dictadura militar, que se prolongaría hasta comienzos de 1990, la salida de chilenos al exterior adquiere tintes masivos, motivada esencialmente por razones políticas,  creando una situación de exilio, para algunos voluntario, para otros, obligado. La comisión chilena de Derechos Humanos sostiene que el número de ciudadanos chilenos huidos del país alcanzó la cifra de 200.000, distribuidos por 50 países.Por eso es importante señalar el papel de la diáspora y el exilio, vivenciados para aquellos que debieron abandonar el país como por lo que se quedaron, con un sentimiento de derrota y desarraigo nacional.

Los izquierdistas yacen en el suelo después de ser arrestados por los militares durante el golpe contra el gobierno del presidente Salvador Allende en Santiago, Chile, el 11 de septiembre de 1973 (Associated Press)

Dianal Leal relata que vivió de cerca  el golpe del lado de los exiliados, de la gente que tuvo que salir del país: “ mi abuela vivió mucho tiempo en Venezuela, donde tenía muchos amigos chilenos en ese período y esa gente vivía con mucha tristeza por el anhelo de volver al país y no poder regresar. Se vivía como un ambiente de mucha nostalgia”, asegura.

Pero también esa situación dio lugar a un sentimiento común, a una “cultura del exilio”  que caracterizó a la mayoría de los chilenos en diversas partes del mundo.

“En Venezuela se recibió muchos chilenos e hicieron cosas buenas porque aportaron mucho en el plano pedagógico,  ya que muchos profesores se fueron para allá haciendo una gran labor”, destaca Ana Silva.

La apertura de las transiciones a la democracia en los años ochenta, replanteó las prioridades de la solidaridad con la oposición chilena, inscribiéndola en el marco de las exigencias de democratización y respeto a los derechos humanos que primaban incluso en países vecinos.

“Los gobiernos de la concertación de forma muy inteligente continuaron esa misma senda que dejó el poder militar y fueron imprimiéndoles  su estilo y poniendo la agenda social también, no menor, y que fue gradualmente incrementándose, permitiendo nivelar la cancha y hacernos cargo del sector de la población que era más vulnerable. En este sentido lo que hace el gobierno de la concertación es otorgarle más poder al Estado, más capacidad para hacerse cargo de las urgencias sociales  en una combinación muy virtuosa”, opina Rafael Pastor. 

“Lo que más me impresiona es saber que existen personas hoy día que siguen defendiendo esta manera de llegar al poder por la fuerza y por la imposición de algo”, dice Ana Figueiredo,  investigadora portuguesa del Centro de Investigación en Sociedad y Salud de la Universidad Mayor.

“Lo positivo del gobierno militar fue todo la agenda modernizadora radical. Chile era un país con un estado que no generaba políticas públicas adecuadas, y el gobierno militar entregó al país creciendo, con un estándar de pobreza más alto que ahora pero bien encaminado, una serie de reformas que no eran suficientes pero eran el piso básico”.

Ana Silva, maestra venezolana, encuentra semejanzas entre el gobierno de Allende y el de Chávez y Maduro: “lo que sucedió fue que a él no le dejaron tanto tiempo,  sino hubiese llevado a Chile a la situación que ahora tenemos en Venezuela”.

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