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Las últimas palabras del otro Presidente de Chile que se quitó la vida

“Soy incapaz de implorar favor, ni siquiera benevolencia de hombres a quienes desestimo por sus ambiciones y falta de civismo”, escribió José Manuel Balmaceda, minutos antes de suicidarse.

Pasadas las 14.45 del martes 11 de septiembre de 1973, después de soportar el bombardeo y la destrucción del Palacio de La Moneda a manos de las Fuerzas Armadas, el Presidente Salvador Allende decidió colocarse su fusil AK-47 abajo del mentón y percutar el arma. Dos balas alcanzaron a salir, suficiente para acabar con la vida del Mandatario. Fue así como Allende cumplió su promesa de defender su mandato hasta el final y de no salir vivo del palacio ante un Golpe de Estado.

Ya en 1971, el Presidente había advertido de que “cumpliré mi mandato. Tendrán que acribillarme a balazos para que deje de actuar…”.

Pero Allende no fue el primer Mandatario chileno que optó por esta radical medida. 82 años antes, otro Presidente había puesto una arma en su cabeza y había acabado con su vida… Se trata de José Manuel Balmaceda.

Al igual que el líder de la Unidad Popular en 1973, el llamado mártir del liberalismo chileno fue colocado en un “trance histórico”. En 1891, el Mandatario se asiló en la embajada de Argentina después de que las fuerzas constitucionalistas que lo apoyaban -lideradas por el Ejercito de Chile-, perdieran en los campos de batalla ante la Armada, que defendía los postulados de la oligarquía parlamentaria.

Luego de que sus fuerzas fueran derrotadas por los parlamentarias, Balmaceda se disparó en la cabeza en la mañana del 19 de septiembre de 1891, pocas horas después de que finalizara su periodo constitucional como Presidente de Chile (terminaba el 18 de septiembre).

Las últimas palabras de Allende en pleno bombardeo de La Moneda son ampliamente conocidas. Acá queremos recordar algunas frases del “Testamento Político” de Balmaceda, que terminó de escribir aquella madrugada de septiembre, horas antes de que se quitara la vida. En ellas, encontraremos similitudes con la postura siempre clara de Allende de que un Presidente de Chile no podía quedar en manos de traidores o golpistas.

A modo de contexto, el Mandatario escribió este documento encerrado en la embajada de Argentina en Santiago, cuando las fuerzas vencedoras exigían su comparecencia ante los tribunales para luego ser, seguramente, fusilado.

“Hoy no se me respeta y se me somete a jueces especiales que no son los que la ley me señala. Mañana se me arrastraría al Senado para ser juzgado por los Senadores que me hicieron la Revolución, y entregarme en seguida al criterio de los jueces que separé de sus puestos por revolucionarios. Mi sometimiento al Gobierno de la Revolución en estas condiciones, sería un acto de insanidad política. Aun podría evadirme saliendo de Chile, pero este camino no se aviene a la dignidad de mis antecedentes ni a la altivez de chileno y de caballero.

«Estoy fatalmente entregado a la arbitrariedad o la benevolencia de mis enemigos, ya que no imperan la Constitución y las leyes. Pero Uds., saben que soy incapaz de implorar favor, ni siquiera benevolencia de hombres a quienes desestimo por sus ambiciones y falta de civismo”.

Luego Balmaceda agrega: “Mi vida pública, ha concluido. Debo, por lo mismo a mis amigos y a mis conciudadanos la palabra íntima de mi experiencia y de mi convencimiento político.

“Mientras subsista en Chile el Gobierno parlamentario en el modo y forma en que se le ha querido practicar y tal como lo sostiene la Revolución triunfante, no habrá libertad electoral ni organización seria y constante en los partidos, ni paz entre los círculos del Congreso. El triunfo y sometimiento de los caídos producirán una quietud momentánea; pero antes de mucho renacerán las viejas divisiones, las amarguras y los quebrantos morales para el Jefe del Estado.

“Sólo en la organización del Gobierno popular representativo con poderes independientes y responsables y medios fáciles y expeditos para hacer efectiva la responsabilidad, habrá partidos con carácter nacional y derivados de la voluntad de los pueblos y armonía y respeto entre los poderes fundamentales del Estado.

“El régimen parlamentario ha triunfado en los campos de batalla, pero esta victoria no prevalecerá. O el estudio, el convencimiento y el patriotismo abren camino razonable y tranquilo a la reforma y la organización del gobierno representativo, o nuevos disturbios y dolorosas perturbaciones habrán de producirse entre los mismos que han hecho la Revolución unidos y que mantienen la unión para el afianzamiento del triunfo, pero que al fin concluirán por dividirse y por chocarse. Estas eventualidades están, más que en la índole y en el espíritu de los hombres, en la naturaleza de los principios que hoy triunfan y en la fuerza de las cosas.

“Este es el destino de Chile y ojalá que las crueles experiencias del pasado y los sacrificios del presente, induzcan a la adopción de las reformas que hagan fructuosa la organización del nuevo Gobierno, seria y estable la constitución de los partidos políticos, libre e independiente la vida y el funcionamiento de los poderes públicos y sosegada y activa la elaboración común del progreso de la República.

“No hay que desesperar de la causa que hemos sostenido ni del porvenir. Si nuestra bandera, encarnación del Gobierno del pueblo verdaderamente republicano, ha caído plegada y ensangrentada en los campos de batalla, será levantada de nuevo en tiempo no lejano, y con defensores numerosos y más afortunados que nosotros, flameará un día para honra de las instituciones chilenas para dicha de mi patria, a la cual he amado sobre todas las cosas de la vida.

“Cuando Uds., y los amigos me recuerden, crean que mi espíritu, con todos sus más delicados afectos, estará en medio de Uds.”.

 

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